Empecé el 2019 con el firme propósito de no hacer propósitos, ni en lista ni sueltos; tomé seis uvas y canté el «Auld lang syne» por simpatía con mis hijos galeses; tras las campanadas, mientras empezaba el año, rezamos como Dios quiere, que no encuentro mejor manera de comenzar sino dando gracias (uno más, uno menos), pidiendo perdón y ayuda, mucha ayuda. Constaté que la felicidad no está en el cuándo sino en el mientras, aunque barrunto que Pelín no es de la misma opinión pues se me apareció con una retahíla de buenos propósitos escrita en un billete de 500 euros; hecho (el billete de 500) que ya es inaudito en un mortal y ni les quiero contar que pinta en manos de un fantasma.

Por lo visto esos billetes van a dejar de circular, suponiendo que circulen, pues los retirarán el 27 de enero y algunos los sueltan aprisa, tan rápido que el atento Pelín se ha hecho con un morado. Con la excusa de que no he visto (ni tocado) uno en mi vida, le pido que me lo deje, pero el cósmico no me permite el tanteo y dice que me conforme con mirarlo, que me tiene muy calado el arrimar el ascua a mi sardina. Me hacía ilusión amagar con pagar en el Nevado con un billete de esos y ver la cara de pasmo de Michel y otros parroquianos que, puede que todavía no se hayan dado cuenta, aunque jubilado uno también sueña. Atisbo en el billete la palabra ‘China’ y le pregunto a Pelín que qué propósito es ese y me dice que él siempre fue muy del Gran Timonel (era un secreto a voces), que le gustan los gatos como a Vélez (gato blanco, gato negro), que votó a la ORT por maoístas (tiene narices que sacaran concejales en Mérida), y que se ha enterado que los chinos han puesto una nave (Change 4) en la cara oculta de la luna que, dada su similitud con Cantarranas, otro satélite que Pelín conoce como la palma de su sábana (manos no tiene) está convencido que la luna es su destino y apuesta en rojo en la ruleta de su vida cósmica porque, conociendo a los chinos, con el billete de 500, sobra. Y clinc, clinc, clinc, con esto termino.