El fenómeno de la inmigración no es nuevo en Mérida, a donde diariamente van cientos de personas a trabajar de fuera para luego volver a sus lugares de origen. Así, en el siglo XVI, como recoge el historiador Francisco Morgado en la revista Foro, se registró un ligero movimiento inmigratorio atestiguado en las numerosas peticiones para ser censados en la ciudad, y que llegaron a inquietar, en alguna ocasión, a los propios dirigentes municipales.

El motivo de la preocupación es que pensaban que venían a Mérida de manera provisional, atraídos por la prosperidad que experimentaba entonces en relación con su área geográfica más próximo, para luego marcharse.

En aquella época, de estabilidad política y económica, el gobierno municipal de Mérida se componía de un gobernador, designado por la autoridad real de la provincia de León, dos alcaldes, un alguacil y un número variable de regidores.

Los recursos económicos con el que subsistían los emeritenses evolucionaron, pero sin grandes cambios, ya que provenían de la ganadería y la agricultura, aunque comenzaba a desarrollarse la artesanía, el comercio y se abrían molinos de trigo y aceite, bodegas de vino y curtidurías.