El bueno de Antonio Herrera (conocerte es estimarte, fraile) cuenta como San Francisco, en la pequeña iglesia de San Damián, escuchó la voz del Señor que le decía: "Francisco, ve, restaura mi iglesia que, como ves, amenaza ruina". Le faltó tiempo al de Asís para ponerse a repararla, hasta que entendió que la iglesia que tenía que reformar no era esa (solo), sino la Iglesia de los creyentes, que amenazaba con hundirse. Y bien que lo hizo, manteniéndose los franciscanos desde entonces como columna sólida de la Iglesia.

Hay en mi barriada otra pequeña iglesia que desde su construcción, en el año 1962, ha aguantado el paso de los años, las estaciones adversas y, a veces, la desidia de los hombres. Es mi parroquia de San José, el taller de José, "calladito, trabajador, pero siempre al frente, cuidando la familia", y es por tanto, nuestra carpintería. Demasiado bien han aguantado los techos de uralita (frío en invierno, calor en verano) estos 54 largos años. Los ventiladores --de museo etnográfico-- los veranos emeritenses y, el suelo, las pisadas de los creyentes, aunque poco a poco se veía que en esta iglesia la providencia y la fe no iban a mantener la casa en pie. Y en esto, llegó Jesús, pero no de paso, sino para quedarse, y también oyó la voz pidiendo restauración. Y ahora, recién terminadas las reformas, San José es una dignísima carpintería, un templo remozado, un lugar donde rezar mejor.

Algunos dicen que hemos ido lentos, pero es que los que van muy deprisa no se enteran de casi nada. Bien está lo que bien acaba, y solo con una visual se constata que ha valido la pena. Así pues, vengan, acérquense a la barriada de la Argentina y miren ese retablo, esas columnas, esta sucursal vaticana. Desde la altiplanicie de mis cinco décadas espero que ahora, tras las piedras, pinturas (chapeau Fernando), estucos, vidrieras (buen trabajo, Antonio), ladrillos y bancos, sea nuestro tiempo, el de las personas. Que esta bonita carpintería nos ayude a remozarnos a todos, a reformarnos por dentro y por fuera, porque se pueden cambiar las cosas, pero si no podemos cambiarlas, podemos cambiar nuestra actitud frente a ellas, sin "quejíos", convencidos de que la tristeza y la falta de esperanza son aliadas del enemigo.

Jesús está en todas partes, aunque más en los sagrarios, y si la casa está limpia y acorde a su dignidad no hay excusas para acercarse. Nuestra carpintería es bonita porque lo bello causa deleite al ser contemplado; esa belleza material que tiene la virtud de ser un trasunto de lo feliz, de un corazón que siente (que no solo bombea sangre). Al contemplarla dan ganas de entonar con el salmista aquello de "que alegría cuando me dijeron vamos a la iglesia de san José", consciente de que esta vez, el cantor tiene razón. Además, si van, giren la vista a la izquierda y verán como una Señora, de dulce nombre, dirige a los emeritenses su cálida mirada de esperanza y Patrocinio.