Sobrevolaba el Silo un ejemplar de Uyuyuí, dos enormes bolas acompañadas de plumas que no dejaban ver su cabecita y, que quieren que les diga, me emocioné hasta la lágrima viendo como Pelín temblaba extasiado contemplando la escena. Uyuyuí ya quedan pocos, es animal en vías de extinción ante los tremendos daños que se causan en sus bajos al aterrizar en terrenos pedregosos, pistas o carreteras. A ello se añade la tensión que le producen los cientos de palomas que se le acercan atraídas, digo yo, por su plumaje aunque lo que picotean con suavidad son otras partes de la anatomía del palmípedo. Desde esta columnita hago un llamamiento a la Junta y su Medio Ambiente para que habiliten pistas de aterrizaje suavitas, acolchadas y cómodas pues de lo contrario en un par de años nos quedamos sin Uyuyuís. El Uyuyuí está íntimamente ligado a Mérida desde que un matrimonio (hombre y mujer) se trajeron a una pareja de su viaje de novios al Caribe (¡anda que si son los mismos que trajeron el Jacinto de agua!) y se aclimataron tan bien que no daban abasto a su reproducción, extendiéndose por la zona de Esparragalejo donde el Aljucén desemboca en el Guadiana. Aunque esta especie de tucán huevudo se alimenta de forma vegana (son muy cursis ellos) no se sabe por qué motivos son proclives a lo que podríamos denominar comida afrodisiaca, les pirra la canela, los pimientos, los higos y las ostras (del Albarregas) que cada vez encuentran menos. Para situarnos conviene aclarar que el pájaro Uyuyuí es ave palmípeda oriunda de remotos lugares, de extraordinaria belleza, patas pequeñas, plumaje multicolor y desproporcionado tamaño anatómico; esa descompensación en los bajos le causa grave daño en sus aterrizajes (de ahí el nombre). El temor a la rozadura severa de sus genitales hace emitir al alado su característico uyuyuí que le define y, a la vez, le perjudica, tanto que ha dado lugar a un síndrome, el DEBO, que podríamos traducir como deterioro de bolas. «¡Salvemos al Uyuyuí!», por favor y por…