Todavía recuperando el aliento después de la lectura de la noticia publicada en su medio a página completa bajo el titular:”Me llamaban maricón y mi nombre dejó de existir”; que, posiblemente me hubiera pasado desapercibido, de no ser porque tuve la oportunidad de coincidir con el alumno Carlos Roberto Costa Ávila entre Junio de 2007 y Junio de 2010, periodo en el que finalizó su formación en Educación Secundaria Obligatoria.

Con toda probabilidad si el titular hubiese sido: “...se ha visto compañerismo; muy buen rollo; hemos creado un buen ambiente.”...”...hoy lloramos porque no nos queremos ir de aquí; porque no podemos hacernos a la idea de estar sin vosotros...” que también es una cita textual, claro que esta vez es del discurso de graduación escrito y pronunciado por Carlos en Junio de 2010 en el acto de graduación de su promoción en el instituto de Madroñera, y no en un programa televisivo en prime time, su repercusión publicitaria hubiera sido muy distinta.

Por tanto, me dispongo a dejar constancia aquí de las sensaciones de enfado primero, indignación después y estupefacción por último, que dicha lectura me ha producido, no ya por las inexactitudes, falsedades o directamente mentiras que en el mismo se vierten referidas, entiendo, al instituto de Madroñera; sino por cómo el afán de notoriedad o la necesidad de publicitar un determinado producto literario, teatral o de cualquier tipo, puede arrasar con la reivindicación de valores tan legítimos como la defensa de la diversidad en general y de la diversidad sexual en particular.

Resulta demoledor y ciertamente desalentador contemplar como en aras de una supuesta y mal entendida promoción personal y/o profesional, se sacrifica y ensucia, sin ningún miramiento, la labor que, a diario, realizamos los que nos dedicamos a esta profesión tan vocacional que se llama educación, desde la cual defendemos cotidianamente todas las diversidades (también la sexual), a veces con costes personales también importantes.

Por todo ello, quizá no me detendré en desmentir punto por punto falsedades en alusiones referidas a permisividad en violencia cotidiana; supuestas expulsiones arbitrarias, palizas en las duchas;… que probablemente produzcan elevados réditos; tengan un gran impacto mediático o aseguren una notoriedad gratuita . Solamente me limitaré a señalar el daño irreparable que dichas falacias(en este caso)causan: en particular, en los profesionales que con afecto y dedicación hemos trabajado con Carlos y, en general, a la defensa que dichos profesionales hacemos todos los días de la diversidad sexual; eso sí, sin salir en medios de comunicación ni audiovisuales, ni escritos. Será porque lo que tenemos que vender no interesa. Espero, por último, que el rendimiento haya merecido la pena porque el daño ocasionado a la causa y los valores que se pretendían defender ha sido enorme e irreparable.

Efectivamente cuando el afán de notoriedad y promoción publicitaria justifica la aniquilación de los principios éticos más elementales significa que en algo nos habremos equivocado contigo, Carlos, qué pena.