Ahora hace un año que el disidente del Partido Liberal Alvaro Uribe Vélez (Medellín, 4-7-1952) tomó posesión como presidente de Colombia. Entonces prometió "mano dura" (contra la guerrilla) y "corazón grande" (conquistas sociales). Los colombianos que le hicieron ganar por mayoría absoluta (el 53% de los votos) han podido comprobar que el terrorismo sigue golpeando fuerte y que la pobreza afecta a bastante más de la mitad de la población. Pese a todo, las encuestas aún reflejan una esperanza mayoritaria en Uribe.

Influido decisivamente por el asesinato de su padre en 1983 a manos de guerrilleros de las FARC que fueron a secuestrarle, Uribe intenta acabar como sea con ellos. La caza sin cuartel puesta en práctica nada más empezar su mandato le ha supuesto críticas de sectores importantes del país, como la familia de la secuestrada Ingrid Betancourt, en poder de las FARC junto a 3.000 personas más. Uribe pretende que la ONU medie para que la guerrilla negocie, aunque él atacó sin piedad a su antecesor Pastrana por entablar el diálogo. Suele insistir en que la violencia terrorista espanta las inversiones: "Si la economía no crece, no hay nada que repartir". Lo que parece haber logrado es que los paramilitares ultraderechistas que potenció siendo gobernador de Antioquia (1995-97) empiecen a disolverse. No será poco alivio.