WLwa cumbre del G-8 ha concluido marcada por los atentados de Londres, pero hay que juzgarla por sus expectativas. Y el balance es algo más consistente del previsto. Precisamente, porque la decisión de mantenerla pese a los ataques tenía que dar resultados tangibles. Algunos son cuantificables, y, como afirmó Blair, no suponen el final de nada, sino el comienzo de algo: los 50.000 millones de dólares para Africa, el perdón de la deuda a países muy pobres o la inesperada ayuda de 3.000 millones de dólares a los palestinos. Mejor que nada. Pero en la batalla medioambiental, el compromiso sigue bajo mínimos. Como gran avance, Estados Unidos admite indirectamente que la contaminación se debe a la actividad humana. Pero olvido prácticamente total del Protocolo de Kioto.

Es importante que las potencias emergentes --China, la India, Brasil...-- se hayan asociado a los debates. Lo que no varía la cuestión esencial. ¿Qué es el G-8? Desde luego, no estamos ante una institución internacional. Es un grupo de amigos poderosos que se ven de vez en cuando, y deciden qué hará el Banco Mundial y el Fondo Monetario, y cómo desprestigiar a la ONU. Su dudosa legitimidad no le impide gobernar el mundo según sus intereses. Eso debe cambiar.