Filólogo

En su largo horario extraescolar, el gitano ha logrado una pericia sapiencial acerca de la dentadura: apenas levanta el belfo descodifica la salud y la edad de la caballería. El presidente Ibarra, de la escuela del realismo crítico, ha precisado que las diferencias sociales están hoy en la dentadura. Hay, pues, mucha y encubierta lectura en la dentición. En la boca hay, además, mucho intrusismo, a juzgar por el celo desplegado por el Colegio de Odontólogos de Extremadura contra protésicos y seudoprofesionales.

Es de agradecer que los colegios profesionales se preocupen de que no te meta la mano en la boca cualquiera, si no tiene la mano hecha al alicate, el bisturí, la pinza o la fresa, para que el aparato masticatorio no se torne en continua tortura; pero también da satisfacción y contribuye sobremanera a restablecer el equilibrio biopsicosocial del individuo saber que la mano que entra en tu boca no te va a sacar las entrañas con la factura, si es que te da factura, y no te la escamotea, con el recurrente argumento de que ya han superado el módulo y no puede extender más.

A estas alturas sabemos, sobradamente, que el dentista no es el malo, pero esperamos también que los colegios profesionales apuesten por el lema de "una boca sana por una pasta justa", y para ello nada mejor que elaborar unas tarifas recomendadas de honorarios que lleguen, orientativamente, al ciudadano, a fin de que éste sea el primero en cribar advenedizos y abusadores.

De boca en boca, como sus manos, van también las viejas rencillas entre protésicos y odontólogos. Aquéllos acusan a éstos de vender su trabajo y éstos a aquéllos de intrusos. A pesar de todo, unos y otros, con un preciso trabajo y un acercamiento progresivo, han logrado desterrar el atávico miedo al sillón del dentista. Sólo les falta desterrar también el terror que producen sus facturas.

¡Fuera los intrusos y los reventas!