No se trata de un logro del equipo olímpico de atletismo en Pekín. Por desgracia, quienes ostentan simbólicamente este preciado metal son nuestros atletas alados: los buitres. Y es que llevan más de 3 años disputando esta carrera. Una carrera de obstáculos que parece no tener fin y que solo los más fuertes logran superar. Pero aquí, no superar tiene un significado definitivo: morir. Superar es sinónimo de sobrevivir y esto es lo que estamos obligando a hacer a nuestras aves en un entorno hostil que hemos creado.

Desde hace años, tendidos eléctricos, molinos eólicos, uso masivo de veneno (entre otros) han sido y son obstáculos insalvables para muchas de estas aves, demasiadas. Muertes drásticas e inmediatas. Pero de un tiempo a esta parte, concretamente desde la aparición del mal de las vacas locas, el buitre y otras carroñeras han topado con la valla más alta, el peor obstáculo. Peor por lo intangible y por lo agónico de sus efectos: el hambre. El cierre de muladares, la prohibición de dejar animales muertos en el campo y que obligó al ganadero a contratar el servicio de empresas de recogida que se lucran a costa del bolsillo de unos (ganaderos) y el hambre de otros (buitres), ha dejado a estas aves prácticamente sin alimento. Comer basura en vertederos, despojos en carreteras, tripas y pezuñas.

Solo se puede aspirar a sobrevivir, criar es un imposible para muchas parejas. La población decrece. A todo esto, se une la pasividad de las administraciones, que con actuaciones puntuales, faltas de planificación y coordinación, pretenden acallar las voces de aquellos que les cuestionan así como las de sus propias conciencias. Actuaciones que son, me temo, una cortina de humo que oculta el muro infranqueable del hambre contra el que los buitres caen, uno a uno, sin tregua. Quizás interesa que lleguen pocos a la meta. Entonces serán valorados en su justa medida y dedicaremos nuestro empeño y dinero en salvar a una nueva especie en peligro de extinción. Esto, siempre y cuando haya algún buitre que logre salvar todos los obstáculos.

Alicia Jiménez Diñeiro **

Barcelona