Filtraciones del Ministerio del Interior de conversaciones grabadas (legalmente) a presos de ETA dan cuenta de la desesperación de algunos de estos con la dirección de la banda. El análisis subyacente es que el fracaso electoral de las consignas de ETA y el crecimiento de Aralar sitúan a la organización terrorista en una pendiente de extinción, por pérdida de influencia en una sociedad que podría reservar el nicho político del independentismo radical a quienes lo defienden desde posiciones confrontadas con la violencia: un auténtico desastre histórico para ETA, que por primera vez estaría sufriendo la deserción y la desobediencia de sus bases. Habría que preguntarse por la intención que hay detrás de la filtración de esas informaciones. Cuando el enemigo está debilitado, lo razonable es golpearlo con más fuerza para forzar su rendición. Pero en este país existe una tradición, supuestamente intelectual, que adora la metodología del diálogo con el terrorismo para terminar con el problema. Creo que esa forma de pensar es el último reflejo de una mala conciencia sobre la existencia del franquismo que nos debiera ser ajena, porque la dictadura fue responsabilidad exclusiva de sus protagonistas y de sus cómplices. Los españoles la soportaron, algunos la combatieron y todos la derrotamos en la transición. No hay deudas predemocráticas porque la Constitución estableció un orden en el que todas las opciones y todas las reformas tienen sus cauces. Si ETA está débil hay que apretar. Que sientan que la cárcel es el futuro de cada nuevo asesino. La creencia de que apoyar a supuestos sectores dialogantes acelera el proceso se ha demostrado falsa. Los aberzales tienen en Aralar la confirmación de que la Constitución permite todo menos la coacción y las armas. El camino está abierto para quien lo quiera utilizar. No hay conflictos que resolver al margen de las instituciones y quienes defiendan otro diálogo con ETA lo tienen complicado después del atentado de Barajas.