TLtos seniors de la política (y los del periodismo) suelen mostrarse en público partidarios de la renovación en los partidos, aunque en privado se preguntan con quién han empatado los jóvenes cachorros que llaman a las puertas de las ejecutivas, de las listas al Congreso o de las quinielas de ministrables. La encuesta que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicó recientemente es demoledora para los actuales dirigentes (todos suspenden rotundamente) y hace pensar que la sociedad desea un cambio tanto de políticas como de protagonistas.

En las últimas semanas han dado mucho que hablar algunos rostros frescos en la escena política, desde Eduardo Madina (37 años) hasta Beatriz Talegón (29), Alberto Garzón (27) o David Fernández (38). Cada uno en su estilo, son jóvenes que aspiran a protagonizar el incierto futuro político, una nueva etapa que acabe con el ciclo de la desafección vaticinado por el CIS. Porque en la reciente historia de España, la renovación de personas ha brotado casi siempre de las cenizas de las crisis. Ahí van unos ejemplos.

Felipe González se aupó a la secretaría general del PSOE para acabar con el socialismo de cartón piedra del exilio republicano. Tenía 32 años. Adolfo Suárez fue designado director general de TVE a los 37 años. Entre una tropa de carcamales del franquismo esclerotizado, el suyo fue un ascenso meteórico hasta convertirse en presidente a los 43. Miquel Roca tenía solo 37 años cuando se convirtió en diputado y en ponente de la Constitución. El emergente nacionalismo catalán necesitaba gente valiosa y no tenía entonces problemas generacionales. Finalmente, José Luis Rodríguez Zapatero llega al liderazgo del PSOE con 40 años (tenía 26 cuando fue diputado por primera vez) y también lo hace después de una profunda crisis en la organización.

La irrupción de los jóvenes en el primer plano no es cuestión, por tanto, de que posean un discurso menos encasillado, usen las redes sociales o sean capaces de subir a la tribuna del Parlamento con un niqui a rayas. Si llaman tan insistentemente a la puerta es porque los que hoy mandan están abrasados.