Pocas esposas de primeros ministros o jefes de Gobierno, se mueven y actúan con el desenfado y la inteligencia de Carla Bruni. Agobiadas por el peso de la responsabilidad y quizá para evitar el daño que puedan causar a sus maridos si asoman demasiado la cabeza, la mayoría de las primeras damas optan por convertirse en el apéndice de su media naranja, o simplemente por pasar de puntillas por un puesto en el que no se sienten cómodas del todo, una vez que por exigencias del guión tienen que abandonar sus trabajos, incluso sus casas, para irse a vivir a palacios o residencias que no les pertenecen y en las que no terminan de sentirse a gusto.

Una situación que en España vivieron de mejor o peor grado Amparo Illana, Pilar Ibáñez Martín, Carmen Romero, Ana Botella o Sonsoles Espinosa , actual inquilina de la Moncloa, quien hasta para cantar tiene que hacerlo a hurtadilla porque ya ha habido algún listillo que le ha criticado dedicarse a una actividad que practica desde hace años, que le gusta y gratifica. En definitiva cinco estilos de mujer muy diferentes, todas con un denominador común: la resignación ante unas reglas que no se atreven a saltarse, por más que todas prediquen la igualdad entre hombres y mujeres.

Una discriminación que no sólo sufren las primeras damas de nuestro país, sino las de países tan poderosos y adelantados como pueden ser Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. De ahí el valor que ha demostrado Carla Bruni, al enfrentarse a la opinión publica, sin importarle las servidumbres y oropeles del poder.

Se lo ha dicho sin tapujos a Nuria Escur , de La Vanguardia , en una entrevista que invito a leer y en la que la esposa de Sarkozy no tiene inconveniente en reconocer que: "no modificaría nada de mi vida desde que nací. Lo que me gustaría es cambiar la vida que vendrá, no la pasada", o que "si alguna vez mi esposo me propone que deje mi profesión por amor, es que ya no hay amor. No, no lo aceptaría".

Carla, que sigue viviendo en su propia casa --en donde el presidente pernocta por propia decisión--, en el mismo lugar donde compartió lecho con otros hombres, no evita hablar de su pasado o de su presente, y lo hace sin tapujos ni mentiras. Una cualidad que seguramente sopesó Sarkozy antes de convertirla en su esposa, lo que dice mucho a su favor.