TEtn un mundo globalizado no se puede vivir en el autismo de pretender que basta con estar satisfecho con lo que uno observa frente al espejo. La autoestima es muy importante, pero todavía lo es más la estima de los demás.

Los dirigentes políticos de Cataluña han decidido establecer una carrera entre su catalanismo (forma piadosa de referirse al nacionalismo) parecida a la competición que hacen los niños varones en determinada edad: ver quien orina más lejos y quien tiene el órgano sexual más prolongado. Y el objeto del deseo y de las emociones desbordadas es Cataluña, en la interpretación exclusiva que hace cada uno de ellos de los intereses de la nación.

Todo esto ha sido exacerbado por el nuevo estatuto, sin que haya sido resuelto el enigma de determinar por qué es tan importante y trascendente una ley a cuyo refrendo sólo asistieron el treinta y tantos por ciento de los catalanes. Ahora se utiliza la norma como si se hubieran movilizado todos los ciudadanos y se amenaza con la "desafección" con España sin preguntarse por qué la hubo con el estatuto.

A Cataluña no le fue nada mal cuando contó con la admiración y el aprecio de toda España. Hubo un tiempo en que, sobre todo Barcelona, era símbolo de progreso, de universalidad y de hospitalidad. Desde la revolución industrial, Cataluña fue el destino de una inmigración interior que hacía abandonar la tierra y una parte de la identidad a muchos españoles para trabajar en esa región, potenciándola económicamente gracias a la inversión y a una mano de obra que no lo podía hacer en su propia tierra.

Cataluña se hizo grande con la sangre y el dinero de toda España. Y Cataluña tenía intacto su prestigio, porque además la solidaridad con las tierras que habían tenido que abandonar estos nuevos catalanes era indiscutible e indiscutida. Ahora los líderes que ocupan la Generalitat y los que quieren ocuparla han asumido esa carrera por la posesión del catalanismo que se ha materializado en el recorte de la solidaridad con el resto de España. La sensación que trasladan es que ahora es más importante el dinero que el prestigio. Y no se ponen en lo peor para preguntarse si solo con dinero Cataluña podrá seguir teniendo recorrido en el futuro o, sumergidos en el autismo y la autocomplacencia, se pueden llegar a quedar descolgados en este mundo global.