Con Leonard Cohen desaparece uno de los grandes poetas del último tercio del siglo XX y estas primeras décadas del XXI. El bardo canadiense se hizo con un lugar destacado en la creación literaria musicada pese a que empezó tarde su carrera, que pudo haber culminado perfectamente con el reciente Nobel de Literatura, que fue a parar -con el mismo merecimiento- al otro gran referente contemporáneo de la brillante simbiosis de letras y acordes, Bob Dylan. Leonard Cohen encarnaba como nadie una infrecuente condición de puente entre la alta cultura y la cultura popular, porque supo transmitir emociones sublimes con un lenguaje al alcance de cualquier persona con sensibilidad. Como otros artistas, a lo largo de su carrera tuvo interés en muchos géneros y estilos, y de esta forma nos lega obras maestras del folk, del jazz o del pop, siempre con un inconfundible sello personal. Con Take this waltz o Hallelujah, pasando por Suzanne o So long Marianne, entre otras muchas canciones, su música ha interesado a varias generaciones, lo que le había convertido hace ya muchos años en un clásico que trascendía a las modas. En You Want It Darker, su último disco, publicado hace apenas un mes, su voz profunda y pausada sonaba a despedida, y ahora su muerte permite creer que, efectivamente, ese era el mensaje. Cohen se va en un año particularmente duro para la música popular de raíz anglosajona: a su fallecimiento hay que sumar los de Prince y David Bowie, otros genios creativos a nivel mundial.