El epicentro de la pandemia, que hace no tanto estaba en Europa, está ya desde hace meses en el continente americano. Si el impacto en Estados Unidos está siendo devastador, en Latinoamérica viene encima a agravar la situación de la región de mayor desigualdad en el mundo. Está claro que para un español, lo que ocurra a los chilenos, colombianos, mexicanos o argentinos, nos toca de cerca, aunque estén tan lejos.

Y ello aunque muchos de ellos sigan viéndonos como causa de sus males endémicos. Recuerdo, en mi única visita a México, cuando se me ocurrió decir a dos de mis anfitriones que era de la tierra de Pizarro, Valdivia y Hernán Cortés, exclamaron: «¡Ah, güey, te la vamos a hacer pasar mal!» Y es que aún tiene bastante predicamento ese catecismo por el cual la culpa de su atraso, dos siglos después de su independencia, la sigue teniendo España, y no Estados Unidos, o ellos mismos.

De eso trata el libro Malditos libertadores. Historia del subdesarrollo latinoamericano, del diplomático e historiador nicaragüense Augusto Zamora, publicado por Akal y que presenta un diagnóstico demoledor sobre Iberoamérica, una región que, paradójicamente, siendo la más «endogámica, aislada y bidimensional», pues prácticamente solo se hablan español y portugués, no ha sido capaz de coordinarse desde la independencia, sino que sigue gobernada por oligarquías cuyos intereses no coinciden ni con los de la mayoría de su población ni con los de la propia nación, prefiriendo servir a la potencia de turno, ayer el Imperio británico, hoy Estados Unidos.

El proceso de independencia, presentado como una gesta por los discursos oficiales, se llevó a cabo en el momento de mayor debilidad de España. Cuando esta, desangrada, era admirada en toda Europa por haber expulsado a Napoleón, los grupos de adinerados criollos aprovecharon para declarar unas independencias que fueron prematuras y que no trajeron mayor bienestar a sus pueblos, sino todo lo contrario, sobre todo para los indígenas. Y si la América hispana había hecho tragar el polvo una y otra vez a los intentos de invasión británicos, con gestas como la del genial estratega Blas de Lezo que en 1741 derrotó a una flota británica muy superior que quería lanzarse sobre Cartagena de Indias, o los ciudadanos de Buenos Aires que defendieron su pertenencia a España contra los intentos de invasión británicas, a partir de la independencia, los que ya no querían ser llamados españoles perdieron inmensas extensiones a manos de Brasil (que sí supo permanecer unido) y, sobre todo, de Estados Unidos, que se comió casi la mitad del territorio mexicano a mediados del siglo XIX.

Augusto Zamora baja del pedestal a Bolívar y otros mal llamados libertadores, que cambiaron una suave dependencia de la lejana metrópoli española, que había fundado universidades y creado manufacturas, por una férrea sumisión a los intereses primero británicos y luego estadounidenses que expoliaron sus recursos a cambio de gratificar a unas élites traidoras. El guion se repite desde principios del siglo XIX al XXI, hasta nuestros días, con el derrocamiento de Evo Morales, el único presidente boliviano digno de ese nombre, por haber elevado el nivel de vida de su población en una proporción incomparable a la de los anteriores.

Para alguien que, por su lengua y cultura, siente tan cercanos a esos países, el libro de Zamora es un trago doloroso, que suscita a partes iguales indignación y asombro por la estupidez de quienes han tenido casi siempre el poder, de México a Argentina pasando por Brasil, y han llegado a extremos de sumisión tan grotescos como es que no solo no tengan apenas industria, sino que necesiten importar alimentos de los países desarrollados,merced a la nefasta gestión de sus propios recursos.

* Escritor