TLta mítica película de John Ford , la mejor y más antigua tiene un final que dice así: ya se han librado de las ventajas de la civilización. Fechada hace un par de siglos aventura que no siempre el futuro es prosperidad, o mejor, lo que consideramos civilización sea realmente tal. En el momento actual no hay lugar, persona o circunstancias en la que no observemos cómo el teléfono móvil se ha convertido en un apéndice más de la persona. Con el fotografiamos, indiscretamente, nos posicionamos políticamente, denunciamos, y nos denuncian, y lo que es más sorprendente le contamos todas aquellas intimidades, incapaces de manifestar cara a cara.

Demasiadas cosas han sido reconvertidas por causa del popular móvil. Todo empieza por la mañana, suena la alarma que tenemos programada al teléfono, calculamos las calorías que hemos de tomar antes de desayunar, conectamos el GPS para dirigirnos al trabajo o a la reunión; llamamos a la pareja para decirle que ya nos hemos ido de casa, mandamos mensajes y correos electrónicos mientras cruzamos la calle. En la comida con los compañeros o la familia, según toca, continuamos dependiendo del teléfono, a pesar de que se supone que ya deberíamos prescindir del mismo. Nunca entenderé esas despedidas entre amigos y amigas, que mientras se dicen hasta luego se mandan mensajes o whatsapp. Increíble lo que parecía una ventaja empieza a representar un problema, esto es, lo que se supone que acercaba y abarataba la comunicación entre personas ya no es tal, porque nos hemos acostumbrado tanto a mirar el teclado del móvil, que nos resulta difícil mirar o hablar directamente con el interlocutor. Comprueben la experiencia en reuniones, comidas de amigos, de trabajo y de familia: el móvil encima de la mesa, interactuando como uno más.

XNO OBSTANTEx, pienso que eso de la era de las comunicaciones empieza a pervertirse y convertirse en la era de las indiscreciones. Se cuenta todo, se interpreta todo, y se difunde en las redes sociales, a través de un término extraño denominado seguidores. Me imagino que lo dicen por eso de seguir unos a otros, pero el problema surge cuando esos unos y esos otros no tienen barreras y vale todo. De esta manera, aquellos grandes secretos entre amigos, familias hoy ya son de conocimiento público, causando, en ocasiones, más de un estrago familiar. Los seguidores lo que hacen en amplificar unos hechos y unas afirmaciones que traspasan la esfera de lo particular para convertirlo, en determinados momentos, en hechos de relevancia social.

Tengo que reconocer mi reticencia a lo de convertirse en parlanchina a través de las redes sociales; y más teniendo en cuenta que no siempre tienes algo que decir, opinar o que le puede interesar al resto de la humanidad, a no ser que hayamos sustituido a los amigos por el resto de la humanidad. El móvil y las redes sociales han cambiado los modos de vida de esta sociedad, la han hecho más asequible, pero, al mismo tiempo, más vulnerable. La manera de comunicarse también ha cambiado, ya no hablamos, nos conectamos. Y además un detalle que ya empieza a resultar curioso, enchufes para tener a punto la batería del móvil, porque de lo contrario se produciría un apagón, y esto con los tiempos que corren sí que puede constituir una verdadera tragedia porque significa que uno se encuentra desconectado.

Explicar a generaciones anteriores por qué es tan determinante conectarte a través de una especie de pájaro, pintado en la pantalla, no es fácil, pero explicarles a esas mismas generaciones que estamos incapacitados en tener una larga conversación en una reunión familiar, interrumpidos por la insaciable musiquita del móvil ya no es entendible. Sirva un ejemplo, una familia media en un día cualquiera emplea en hablar entre los mismos en torno a una hora de forma física, y a través del móvil puede establecer un diálogo consecutivo vía ordenador, red social, mensajes, etc, en torno a cuatro horas al día. ¿Puedo esto significar algo? Que quizás estemos perdiendo la perspectiva, que si las redes sociales son vías de comunicación al exterior, hoy se han convertido en un freno a la forma de interrelacionarse con los que convivimos diariamente.