TItnmersos en la crisis, y desde luego agazapados en el más absoluto de los pesimismos este país no debe olvidar lo que tiene y lo que ha de hacer. A la clase dirigente, como tal, se le pide desde las distintas responsabilidades políticas e institucionales que actúen y lo hagan con diligencia y efectividad. Y en este asunto estamos todos. Pero ese cúmulo de escándalos y de desvergüenza en la que nos encontramos y despachamos todos los días ofrece una confianza nula, y de descreimiento y desapego a la gestión de lo público.

Los presupuestos se afilan y se allanan de tal manera que parece que los mismos recaen sobre la inmensa mayoría de los ciudadanos y, especialmente, sobre cuestiones que han de ser claves como la educación y la sanidad. En estos dos puntales del Estado Social y de Derecho nos la jugamos todos si queremos salir con solidez de esta crisis. Porque si esta crisis va a ser la excusa para parapetar privilegios y convertir en víctima propiciatoria a los de siempre, somos muchos ciudadanos los que no estamos de acuerdo. En este sentido, hay que pedir a esa clase dirigente, que dado los precedentes, no ofrecen señales de una verdadera capacidad para lidiar con todo esto, que sean eficaces, diligentes, transparentes, que se sacudan los bolsillos de dinero que es de todos; y que opte por dar prioridad --en educación y sanidad-- en esa política del gasto, en ese ejercicio presupuestario.

XSE TRATAx de echar cuentas, y esas cuentas, además de invocar la macro y la microeconomía es analizar esencialmente el debe y el haber, esto es, qué es lo que tenemos y cuál es la política capaz de optimizar los recursos y no crear agujeros, de esto saben mucho las familias de este país, que su sentido común dice si entra en casa 10 euros, no podemos gastar 20, porque tenemos que responder por ello.

Quizás si este responsable político asumiera que si se pasa, tendría algún tipo de responsabilidad, andaría con más cuidado con el dinero público. En estos días se discute y bastante de los recortes de sanidad y de la educación. Dos pilares de nuestra sociedad, claves, y que la identifican. La inmensa mayoría de los responsables políticos se han mostrado a favor de los recortes, en el amplio sentido del término, pero esos recortes han sido fruto más de las consecuencias de una mala gestión, que ha de ser asumidas por ellos.

En el mundo de la empresa una mala gestión significa una dimisión o un despido, pero aquí nadie dimite, ni siquiera por vergüenza. Y los mismos que han provocado, quieren liderar lo que de maltrecho está el sistema. Este es el primer análisis que hay que hacer. El otro, es el que tiene que ver con esa desaforada tentación de recortar en servicios que son prioritarios, y mantener los de siempre, los privilegios de una clase dirigente, que se muestra inútil en solucionar un problema, y que sigue manteniendo toda una serie de privilegios, que contrasta con los ajustes que hemos de hacer todos.

¿Mantenemos todo el aparato del Estado y de sus instituciones, sin recorte alguno?, ¿continúa la clase dirigente manteniendo todos su privilegios, hoy así lo entendemos, dado como han cambiado las condiciones, por ejemplo, laborales, de la inmensa mayoría de los ciudadanos?, ¿por qué se han de mantener el status y las indemnizaciones a los ex presidentes, ex ministros, ex presidentes de altas instancias del Estado, y mientras se recorta en el resto de servicios a los ciudadanos? , ¿por qué se mantienen los sistema de pensión público privada de la clase política, cuando estamos recortando el resto de servicios sociales?, ¿por qué se mantienen los salarios de la clase dirigente, mientras la clase media de este país ya no llega ni a mileurista?, ¿por qué esa clase dirigente entiende la política como un servicio a sí mismo y no un servicio público, y además, hay que escucharles que pierden dinero con la política?, cuando la realidad es que algunos de ellos, y los ejemplos lo corroboran acumulan propiedades e influencias, manifiestamente convertidas en tráfico de influencias.

Esto es, los ciudadanos, que aguantan todo, tienen la necesidad y reclaman, en este sentido, ese profundo cambio de la manera y forma de gobernar si queremos llevar a cabo un ejercicio de confianza que cale en la sociedad y que sirva para, entre todos, provocar en esta crisis un cambio respecto a la manera de hacer la política, o gestionar lo público, pero a lo que no se debe estar dispuesto a que en ese cambio se haga a costa de los servicios públicos básicos.