XQxuienes, profesionales de la enseñanza, denunciamos públicamente con cierta frecuencia la discrepancia existente entre el triunfalismo oficial, según el cual la educación secundaria en nuestra región transcurre por parajes idílicos, y la situación real en las aulas, en las que el espacio dejado libre por el trabajo y el esfuerzo no ha sido ocupado por los miles de ordenadores con los que las han sembrado, nos vemos a menudo señalados por el dedo inquisidor de más de un Torquemada de los que en la actualidad se aposentan en despachos bien enmoquetados. Confiemos en que, al menos, y a diferencia de lo que ocurría en tiempos pretéritos, no atribuyan estas actitudes críticas a conjuras masónicas o intenciones inconfesables. Uno, ciertamente, se equivoca con frecuencia, pero ya es suficientemente mayorcito como para hacerlo por sí mismo.

Pues bien, supongo que quienes pregonan por las cuatro esquinas que el panorama educativo en Extremadura provoca envidia universal se habrán sorprendido al ver las estadísticas publicadas por este diario en fecha reciente. ¿O acaso ya las conocían y aparentaban lo contrario? Recordaré al lector lo más sustancioso: Prácticamente la mitad de los estudiantes que en nuestra región inician los estudios de Educación Secundaria Obligatoria no logran finalizarla. Y ello sin entrar en consideraciones sobre las condiciones en que la finaliza una buena parte de la mitad restante. ¿No supone tal hecho la constatación de que, contra el triunfalismo oficial, del que son buena muestra ciertas publicaciones sufragadas con fondos públicos, se hace necesario un radical cambio de rumbo en la forma de dirigir la educación en nuestra tierra?

La prácticamente derogada Ley de Calidad tenía en su contra algunos argumentos bien poderosos. El primero de los cuales era haber sido promovida por un gobierno que por su desprecio de la opinión pública, del que el envío de tropas a la guerra de Irak constituyó la mejor muestra, fue removido del poder a la primera ocasión que hubo. Pero aquella ley tenía algunos aspectos que, a mi juicio, hubieran mejorado la situación en las aulas. Introducía, por ejemplo, la realización de unas pruebas extraordinarias para que los alumnos de secundaria que en el período normal del curso no superasen algunas materias pudieran, tras un período de preparación razonable, acreditar que habían alcanzado ya el nivel de conocimientos suficientes.

Pues bien, en Extremadura, contra la opinión prácticamente unánime de profesores y alumnos, y con el exclusivo apoyo de alguna asociación de padres y madres de manifiesta proclividad hacia la Junta, se decidió que dichas pruebas extraordinarias se realizaran en el mismo mes de junio en que los chicos hubieran suspendido las materias en cuestión. No hacía falta ser un profeta para adivinar qué iba a ocurrir, y hoy lo vemos en la prensa:

Sólo el ocho por ciento (menos de uno de cada diez) de los alumnos superaron dichas pruebas. O sea, que se birló a los estudiantes trabajadores y responsables, que durante el verano hubieran procurado subsanar sus deficiencias académicas, la oportunidad de hacer un esfuerzo extra y alcanzar los objetivos que las programaciones didácticas establecían. El precio que se ha pagado por ello ya se ve.

La experiencia me indica que decir esto no servirá de nada, y que los responsables de la Consejería de Educación seguirán en sus trece, sin apearse del burro. Pero que sepan que si salieran a la calle y en lugar de oír exclusivamente a sus afines escucharan lo que todo el mundo dice en colegios e institutos, tendrían sobre estos problemas una opinión fundamentada, que normalmente no es la que resulta de rodearse de amiguetes e interesados aduladores.

*Profesor