TUtna de las críticas más recurrentes a la llamada clase política es que no se preocupa de los problemas reales de la gente. Como toda generalización, resulta inexacta en su amplitud pero, sin duda, tiene una parte importante y grave de certeza. Quizá uno de los ejemplos más sangrantes es el del desempleo que, como ya todos sabemos, se ha convertido en el principal problema diferencial de la crisis española respecto al resto de países comparables; problema que, por cierto, es estructural en nuestra economía. No digo que los partidos políticos no busquen fórmulas para combatirlo, pero lo que es evidente es que no hablan de la cuestión de fondo: la incapacidad del modelo productivo español para crear empleo sostenible y de calidad. Solo una transformación profunda de ese modelo solucionará el drama del paro a largo plazo.

El modelo productivo español ha sustentando gran parte de su peso durante décadas en el sector de la construcción, y por eso el estallido de la burbuja inmobiliaria ha provocado la profundidad e intensidad de los efectos de la crisis en España. Pero... ¿en qué sector pretende el actual Gobierno, o la oposición si llegara a gobernar, basar la creación de empleo?, ¿en qué empresas, en qué actividades se pretende alojar a nada menos que seis millones de personas? Parece evidente que no en la agricultura, sector extraordinariamente dependiente de unas ayudas europeas en retroceso, abandonado en muchas regiones y no precisamente muy competitivo; imposible que sea en la industria, que ya desde la época de Carlos Solchaga como ministro de Economía ("la mejor política industrial es la que no existe") fue abandonada; no es fácil que el sector servicios por sí mismo pueda absorber de manera permanente un gran volumen de trabajo; y el empleo público no solo no crece, sino que retrocede y además su calidad se deteriora a marchas forzadas ¿En qué sector pretenden nuestros políticos poner a trabajar a seis millones de personas? Esta es una pregunta a la que nadie parece poder o querer responder.

XMIENTRASx encontramos una solución eficaz y permanente a semejante dilema --para encontrarla hay que buscarla-- no vendría mal planificar y racionalizar determinados sectores con gran margen de mejora. Uno de ellos es el turismo. Existe un amplio término medio entre convertir España en el parque temático de Europa (algo no descartable tal como están las cosas) y desaprovechar, por dejadez o incapacidad, nuestro potencial humano y patrimonial. Para ello sería deseable que, sin perjuicio de la libertad de las Comunidades Autónomas en el ejercicio de sus competencias, existiera un marco de trabajo general y reconocible tanto dentro como fuera de nuestro país.

Es vergonzoso, por ejemplo, que se pretenda convertir Eurovegas en una burbuja legal dentro de la Comunidad de Madrid --con excepciones tributarias y la suspensión de la Ley Antitabaco en su interior- bajo la excusa de la creación de empleo, con el único objetivo real de enriquecer más a Sheldon Adelson (y comisionistas, pero esto vamos a dejarlo aparte de momento). Al mismo tiempo, en el mismo país, los turistas que acuden a una Ciudad Patrimonio de la Humanidad como Cáceres, no tienen una oficina de turismo abierta en días festivos, carecen de medios de transporte públicos orientados a su estancia y deambulan perdidos por las calles del casco histórico. Debe poder diseñarse un modelo turístico intermedio entre permitir que haya un Burger King a cinco metros de la Mezquita de Córdoba --destruyendo el entorno-- o convertir la Alhambra de Granada en un mero parque de atracciones --permitiendo su deterioro--, y que todavía existan bellísimos rincones de España a los que incluso resulta difícil el acceso.

Extremadura es, en este sentido, un caso interesante donde todavía hay mucho por hacer. Desde que la conozco más a fondo, estoy aún más seguro de mi primera impresión, y es que Extremadura es la Toscana española. Sin embargo, su papel en el mapa turístico internacional --e incluso nacional-- dista mucho de corresponderse con esa realidad. Es loable el empeño, que ha predominado hasta el momento, por preservar al máximo los entornos naturales del turismo de masas, pero no es menos cierto que en algunos casos --como el ejemplo de Cáceres que ponía más arriba-- la indiferencia parece primar sobre una toma de decisiones planificada y racional. No deja de ser paradójico que en una de las CC.AA. con más desempleo y mayor potencial turístico no se estén tomando decisiones de calado al respecto. Entre vender Madrid a Adelson como hizo Esperanza Aguirre y el peligro de caer en "Extremadura para los extremeños", hay un amplio margen de maniobra. Es solo un ejemplo de la errática política turística --y productiva, y de empleo-- en nuestro país.