El tiempo dirá si la declaración soberanista aprobada ayer por el Parlamento de Cataluña constituye un hito en un camino irreversible, como sostienen sus defensores, o bien si su efecto más notable será la instalación de la tensión en las relaciones entre los partidos y, por extensión, entre los ciudadanos. La votación de ayer tuvo un apoyo menor del que sus promotores esperaban ante el envite de Cataluña al Gobierno español. Los 85 votos favorables a la declaración (la suma de CiU, ERC e ICV) no alcanzaron los dos tercios de la Cámara, que hubiera sido un listón de referencia para tener consistencia política el plan. Las negociaciones de los últimos días para pactar el contenido de la resolución --que a muchos ciudadanos les resultaron fatigosas y poco comprensibles-- rebajaron la carga de desafío a la legalidad vigente implícita en el texto, pero no tanto como para que al final lo suscribiera el PSC. Los socialistas catalanes pasaron de la abstención anunciada hace unas semanas al no. Pero no de forma unánime, sino con la inhibición de 5 de sus 20 diputados. Un desgarro importante que les hace aparecer en el mismo frente que el PP y Ciutadans. También a CiU le ha pasado factura interna la declaración soberanista. Si bien ayer no hubo fuga de votos, las tensiones entre CDC y Duran Lleida , más moderado en este tema, han quedado al descubierto como pocas veces antes. Para que la aspiración catalana a más autogobierno tenga solidez necesita de consenso, y ahora mismo no cuentan con él.