La invasión de la franja de Gaza por los blindados de Israel es el último peldaño de una mortífera escalada que refleja la creciente angustia de la población israelí, confrontada a una novedad geoestratégica, responde a la necesidad electoral de sus líderes de aliviar la intolerable situación de las ciudades del sur ante los cohetes que lanza Hamás desde que tomó militarmente el poder en junio del año 2007.

El objetivo de la ofensiva no estriba solamente en frenar militarmente a Hamás, sino en destruir su resistencia, arrebatarle el control de Gaza y lograr un cese de hostilidades en términos más aceptables para los israelís.

Pero si no cabe duda de que Israel tiene motivos poderosos para defender a sus nacionales, y hasta para liberar a los habitantes de Gaza del yugo de Hamás, el derecho de gentes no le autoriza en este caso a entablar operaciones militares que afecten masivamente a los civiles, como recordó la presidencia checa en nombre de la Unión Europea.

Si los ocho días de bombardeos, de asesinatos selectivos y de destrucción de los túneles transfronterizos usados por Hamás para procurarse armas no bastaron para un desenlace estratégico, cabe pensar que la operación terrestre tampoco lo conseguirá en medio de la carrera contrarreloj a que obligan las presiones internacionales e incluso la amenaza de un segundo frente en la frontera libanesa.

La parálisis del Consejo de Seguridad, debido al obstruccionismo de Estados Unidos y las reticencias de varios países árabes, desde Egipto a Arabia Saudí, críticos del fanatismo y la osadía de Hamás, no detendrá la maquinaria diplomática europea que esgrime el argumento incontestable de que el castigo indiscriminado refuerza la legitimidad de los extremistas y degrada la de la Autoridad Palestina. En vez de favorecer al presidente palestino, Mahmud Abás, la carnicería de Gaza lo desacredita ante los árabes.

Puesto que la solución militar parece muy problemática, por no decir imposible, la razón invoca la prudencia de una salida diplomática que no coarte la superioridad militar de Israel, pero que cambie la situación en la frontera de Gaza, quizá con observadores internacionales, y organice un cese de hostilidades con fines humanitarios para mitigar la catástrofe que ya sufre una de las zonas más densamente pobladas del planeta.

Una solución, sin duda, inevitablemente provisional mientras no evolucione la opinión israelí y no se liberen los palestinos de la espiral suicida emprendida por Hamás.