TEtl presidente del Gobierno in péctore , Mariano Rajoy , habla por debajo de la mesa con el todavía nominal presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero , sobre la próxima cumbre de una averiadísima Unión Europea, a fin de consensuar en lo posible una posición común que no tenga que ser rectificada de forma abrupta cuando se produzca el relevo. Ese es el buen camino. La discreta complicidad entre ambos. En estas últimas semanas, y no antes, se está produciendo más a menudo de lo que se cree.

Se acabaron los tiempos en que el PP marcaba las diferencias compulsivamente. En esta segunda legislatura, con la percha de la crisis económica, mediante el sencillo recurso de amplificar a diario las malas noticias y culpar de todo a Zapatero. Y en la primera legislatura, con la lucha antiterrorista. Nunca hubo tantas manifestaciones contra el Gobierno como en esa época, la de menor actividad de una ETA declinante. Algo de fácil verificación por recuento de actos violentos y detenciones policiales, si se comparan cifras con etapas anteriores.

Pero todo eso, como digo, se ha acabado en vísperas del próximo aniversario de la muerte de Franco , que coincide con un cambio del signo político del poder. Ahora le toca gobernar al PP. Y su líder, a quien todos vemos ya como presidente del Gobierno, necesita desalojar esa memoria de partido con tendencia a embarrar el terreno de juego y cultivar para sí mismo la imagen de un hombre de Estado capaz de entenderse con el adversario en nombre de los intereses nacionales.

Lo último ha sido conocer con antelación la llamada Conferencia de Paz de San Sebastián, por Zapatero y por Urkullu . Y, a posteriori, concertar con el candidato socialista, Pérez Rubalcaba , una negativa conjunta a valorar los resultados de esa extraña cita a ciegas en San Sebastián de unos cuantos jubilados de la política internacional. Ambos, de acuerdo. Solo interesa el final definitivo e incondicional de ETA. Apelación a centrarse en lo que importa, la desaparición de la banda terrorista, sin distraerse de lo accesorio: la presencia de los socialistas en la susodicha cita a ciegas de San Sebastián.

Aunque es evidente que Rajoy no cree que fuese buena decisión del Gobierno permitir o alentar la presencia de una delegación socialista en la comedia del lunes (descarada instrumentación de los amigos políticos de ETA), también es evidente que ha querido desmarcarse de una polémica absurda.

Absurda y estéril porque nos distrae de lo importante: la necesidad de mantener la unidad, la firmeza y la paciencia de los dos grandes partidos, tal y como ha destacado el candidato Rubalcaba, a la espera de que ETA se disuelva. Sin condiciones, por supuesto, relacionadas ni con causas ni con consecuencias del conflicto. El conflicto, se entiende, no es otro que el cataclismo moral de casi medio siglo de terrorismo.