En 1946, Romain Gary escribió que "cuando una guerra se ha ganado, los vencidos quedan liberados, no los vencedores". Más tarde añadió: "Lo terrible está en la victoria". Es cierto, quien vence asume una responsabilidad enorme. Así le sucede a EEUU, que ha pasado a ejercer el control directo sobre una zona candente del mundo. ¿Con qué ánimo afrontarán este reto? Resulta aventurado vaticinarlo, pero es fácil constatar dos datos alarmantes. En primer lugar, no han tenido palabras de compasión para las víctimas inocentes, ni se han mostrado sensibles ante el sufrimiento de los débiles. Imbuidos de la arrogancia propia del poder omnímodo, sólo dan valor a sus ideas --que formulan como dogmas-- y niegan el pan y la sal a quienes no aceptan acríticamente sus postulados, sean amigos o enemigos. Ahí radica el segundo aspecto alarmante de la conducta de la Administración estadounidense: el total abandono de la tolerancia, entendida como aquella virtud que se basa en la convicción de que las ideas no son principios inmutables, sino simples herramientas para entender y conformar el mundo, es decir, respuestas provisionales y dependientes de sus portadores y del ambiente. Por tanto, la tolerancia siempre deja un margen para la diferencia, siempre da espacio a las ideas minoritarias para que, al final, prevalezcan los intereses de la mayoría. Heidegger sostuvo en Bremen --hacia 1950-- que la URSS y EEUU eran dos gigantescas realizaciones de la voluntad industrial, por lo que el marxismo y el capitalismo coincidían en la explotación total del planeta. Hoy sólo queda EEUU. Sin compasión ni tolerancia.