La otra noche, viendo a Errejón defendiendo su candidatura a la Comunidad de Madrid a espaldas de Pablo Iglesias, advertí que la política se lo lleva todo por delante. Y a todos. Mientras él decía entre líneas que el divorcio se veía venir y que solo era cuestión de tiempo, las imágenes de la televisión rememoraban aquellos tiempos de la universidad en los que eran amigos del alma y soñaban con cambiar España. También los puños en alto en los mítines, símbolo del triunfo sorpresivo de una formación que ahora parece venida a menos si echamos un vistazo a los últimos resultados electorales.

Nada dura para siempre, ni el amor ni la amistad, más aún cuando se toca poder y los caminos y los criterios se enfrentan hasta ir separándose como una cremallera. Inexorable e inevitable, como cumplir años. Por eso miraba el gesto de Errejón y me daba cuenta de que su propio oficio de político se había convertido en su mejor trampa.

Tuve la suerte de conocerle en el backstage de un concierto en Vallecas y me cayó bien. Educado, con cara de niño y buenas palabras. No sé qué le deparará su futuro de la mano de Manuela Carmena, la alcaldesa de Madrid, pero me dio la impresión en muchos momentos de que había algo más que una crisis interna en Podemos cuando él hablaba de claves electorales o de resolver los problemas de la gente --¿por qué narices los políticos siempre quieren salvarnos la vida?--.

Me aburren ya soberanamente los discursos protectores de gente que no conozco. Vamos estando hartos de políticos que saltan al ruedo para contarnos la milonga de lo que «mal que estamos y lo mucho que hay que hacer». Parte de razón habrá, pero pregunten al ciudadano, que es lo que menos practican.

Después de aguantar 20 minutos de televisión, solo me quedó la certeza de que Errejón es un tipo listo y con formación que sabe que, cuanto antes rompa definitivamente con Iglesias, mucho mejor le irá. Aunque le haya perdido como amigo porque en política siempre hay un peaje que pagar si quieres ganar.