El fallo de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que establece que varios países europeos, entre ellos España, subvencionaron de forma indebida a Airbus y perjudicaron a la estadounidense Boeing ha dado alas al proteccionismo de Donald Trump, dispuesto a acogerse a cualquier pretexto para dinamitar el comercio global, aunque sea a costa de perjudicar a sus aliados. Estima la OMC en 6.900 millones de euros el daño causado y autoriza a que por este importe grave Estados Unidos importaciones procedentes de Europa, algo que tendrá especial impacto, además de en España, en Francia, Alemania y el Reino Unido, que otorgaron préstamos a Airbus a un interés blando. Una modalidad de ayuda pública que quizás adultera la libre competencia, pero semejante a la aplicada por Estados Unidos para favorecer a sus fabricantes.

La guerra comercial está servida. Si antes del 18 de octubre no hay un acuerdo entre EEUU y la UE, algo improbable después de que Trump haya echado las campanas al vuelo al presentar como un gran triunfo el fallo de la OMC, los importadores estadounidenses pagarán un 25% más por el aceite de oliva, las aceitunas, los productos porcinos, el vino y los derivados lácteos procedentes de Europa, especialmente de los países miembros del consorcio aeronáutico Airbus. Un castigo que en España recaerá sobre exportaciones por valor de 1.000 millones de euros, con el agravante de que el sector perjudicado, el agrario, se verá afectado por un contencioso en el que no tiene ni arte ni parte, en plena desaceleración económica y sin posibilidad de acogerse a mercados alternativos.

Están asimismo servidos los ingredientes esenciales para una escalada en la penalización de las importaciones en ambos sentidos. Es de prever que la UE reaccionará con igual o similar determinación a como lo ha hecho la Administración de Trump, a juzgar por las primeras declaraciones de la comisaria de Comercio, Cecilia Malmström, y por las previsiones hechas en abril por Bruselas sobre productos estadounidenses susceptibles de ser gravados con aranceles, entre ellos el ketchup y las videoconsolas, si estallaba la crisis. Y no hay duda de que, a poco que se encastillen las partes, la disputa tendrá repercusiones en las finanzas globales, que emiten señales inequívocas de enfriamiento, acatarradas por el proteccionismo de EEUU, la guerra comercial que China mantiene con su gran rival y la repercusión del brexit en la economía europea.

Puede afirmarse que con esta última entrega del nacionalismo económico de Trump se concreta de forma muy elocuente la idea que formuló hace unos días: el futuro no es de los globalistas, sino de los patriotas. El gran riesgo es que, con tal filosofía, las guerras comerciales entre los grandes polos económicos -Estados Unidos, China, la UE- se conviertan en una enfermedad crónica, cuyos primeros perjudicados serán los consumidores, que verán cómo se encarecen sus compras, y los importadores, que deberán afrontar una disminución de su volumen de negocio, mientras que los beneficiados, si los hay, serán unos pocos.