Estimado enemigo:

Cuando tú naciste, mi especie hacía bastantes años que existía, aunque sólo hemos sido capaces de adaptarnos a la vida en las ciudades de esta mitad del mundo al que en este siglo veintiuno se denomina occidental. Principalmente soy urbanita, aunque también me puedes ver en entornos rurales. Mi piel suele ser algo dura, mi cuerpo rígido, exento de elementos ornamentales; en cierto modo es algo lógico, pues no nací para ser mirada y gustar, sino para ayudarte a mantener la higiene de tu ciudad. Poseo una boca grande, abierta con generosidad para gritar a los cuatro vientos mi deseo de no pasar desapercibida ante tus ojos, pero soy extremadamente pacífica y taciturna. Me gusta el sedentarismo y tengo un apetito insaciable, por eso mi complexión tiende a ser gruesa.

En el otro mundo, en el más empobrecido --permíteme que crea que tu mundo, a su manera también es pobre, aunque tú no te des cuenta, y con verte a ti me basta para creerlo-- no saben de mi existencia. Sus habitantes siempre me han ignorado, ya no sé si se debe a que no me consideran útil o a su falta de recursos para alimentarme. Debes saber, estimado enemigo, que en ese tercer mundo apenas se generan desperdicios, y mi dieta se compone principalmente de residuos y desechos. A todos mis enemigos les aconsejaría que se dieran una vuelta por ese mundo empobrecido donde no hay lugar para mí, seguramente allí me echarías de menos simplemente por no necesitarme.

A menudo, mis cuidadores me ayudan a evacuar mi estómago para dejarlo libre, y estar lista para una nueva digestión de vuestros residuos. Te podría decir que conozco muy bien tu especie, porque sin tapujos y cotidianamente, me trasladáis vuestros secretos, vuestras costumbres, y, ¿por qué no decirlo?, vuestras miserias. Me gustaría reconocer que soy bien tratada por vosotros, pero tú sabes muy bien que no es así.

Tú y algunos como tú, a menudo descargáis vuestra violencia golpeando con saña mi cuerpo hasta que caigo al suelo vencida, deteriorada; incluso a veces quemáis a algunas de mis congéneres y terminan convertidas en un negro amasijo de materia inservible. Cada vez que esto ocurre, siempre me hago la misma pregunta: ¿Por qué lo hacéis si tan bien os servimos? Siempre tuya, la papelera. menez.mifotoblog.com

*Pintor