En cuanto no son las reinas de las fiestas, los populares presentan síntomas de depresión. Ha bastado un desliz oral, una entrevista que ha sido rentable para el Gobierno, una tormenta con nubarrones navarros --que se podría haber evitado-- para que en la sede de Ferraz, y demás domicilios autonómicos, se instale el pesimismo.

En el otro lado, en cambio, han tenido que rectificar hasta el límite, dicen negro donde antes decían blanco, pero no se inmutan, a pesar de que las encuestas no son buenas, y el futuro no es para hacer un programa de fiestas.

¿Qué le sucede al PP? Si fuera un boxeador diríamos que tiene la mandíbula de cristal, y un jefe de recursos humanos dudaría en darle un cargo de responsabilidad por esa inestabilidad emocional, que les incita a los cabildeos, las dudas de liderazgo, las vacilaciones, todo eso en semana y media, y sin que haya sucedido nada catastrófico. ¿Qué ocurriría si sufrieran un meneo como el que con la crisis económica ha tenido que capear Zapatero ? Y ahí está, con la sonrisa de los optimistas, al frente de la procesión contra la crisis que no existía.

Hay en el PP una falta de autoestima preocupante. Consultan mucho a sociólogos, gurús de la comunicación y otras especies de profetas menores, pero lo que necesitarían de verdad es un buen psiquiatra, que descubra, por fin, ese problema de la infancia o de la adolescencia, ese complejo de Edipo sin digerir, o bien, esa manía persecutoria enviscada en una proclividad al masoquismo. Y no crear problemas inexistentes con sus barones, a los que no pueden dejar con el culo al aire por mor de la disciplina. Gobiernan en Navarra porque quiere el PSOE, o porque los socialistas evitan ser confundidos con los separatistas vascos. Y crearon UPN porque el PP a secas sacaría menos votos. Quieren el santo y la limosna y, luego, se deprimen.

*Periodista.