Como aficionado al fútbol me siento triste: ha dimitido Giampaolo Mazza , el entrenador de la selección de San Marino. Ignoro si mi tristeza es compartida por los propios sanmarinenses, teniendo en cuenta el escaso éxito que ha tenido Mazza. Los datos son rotundos: San Marino ocupa hoy la posición 207 en el ranking de la FIFA (el penúltimo por la cola); de 85 encuentros ha ganado 1, ha empatado 2 y ha perdido 82; y solo ha marcado 14 goles frente a los 367 encajados. A algunos les costará entender que el entrenador, pese a su fracaso, haya estado quince años en el banquillo.

Digo que estoy triste porque me apena que se esfume el último bastión de ese fútbol inocente que no vive esclavizado por la tiranía de los resultados. Frente a la obsesión por los grandes trofeos, el San Marino ofrecía abnegación; frente a los fichajes multimillonarios de los mejores goleadores, el San Marino ofrecía ascetismo y paciencia. Frente a la pulsión por conquistar el éxito, el San Marino conquistaba pacientemente, sin prisas pero sin pausas, el fracaso. El San Marino es el equipo más evangélico de la Historia: cuando le dan un tortazo en una mejilla, ofrece la otra.

Resulta conmovedor que este estado soberano, oficialmente llamado Serenísima República de San Marino, haya demostrado esa serenidad en un deporte como el fútbol, que vive perennemente al borde de un ataque de nervios. La marcha de Mazza podría suponer un cambio de rumbo en la filosofía de este equipo generoso que lleva nueve años sin marcar un gol. Un equipo evangélico que nunca pierde la calma: sabe que se ha ganado el cielo por méritos propios.