Aparentemente, la magna obra de Beckett “Esperando a Godot” tiene un argumento de lo más sencillo. Dos amigos esperan a un tercero que, según van conociendo por otros, no llegará hoy. Pero, a lo mejor, seguramente, eso es lo que me han dicho, quizás mañana. Aparentemente.

La primera vez que asistes a la función godotiana, incluso aunque estés avisado, te sobreviene una sensación incómoda. Casi física. Porque no sabes si lo que estás viendo es una inmensa tomadura de pelo (a ti y a los personajes). Todo avanza sin moverse, ocurren situaciones sin continuidad, nada parece ser ni remotamente lo que es. Hasta que, de repente, algo parece encajar en tu cabeza: esto ya lo he vivido. La espera puede ser una eterna penitencia porque el anhelado no, no vendrá. O puede ser que sí.

La renovación del Poder Judicial se está convirtiendo ante nuestros ojos en una desesperanzadora espera a un invisible Godot.Cara a la opinión pública, y en un primer vistazo, luce solo como una cuestión política. Una ampliación del habitual campo de batalla en el que unos y otros se acusan, interesadamente, de una paralización del proceso de nombramiento de los nuevos miembros del consejo general del poder judicial.

Esa es la razón por la que asistimos a las coordinadas invectivas de distintos ministros del gobierno contra el Partido Popular, el “secuestrador” contra el que chocan las pretensiones regeneradoras. Una estrategia que se ha apuntalado con una acusación que en la política actual funciona como un continuo “ex machina”: oponerse es antidemocrático.

Ocurren dos cosas: primero, la pretensión de los populares no es tanto paralizar como negociar con condiciones (en las que pesan, no les sorprenda, el acuerdo de reparto de asientos).Segundo, podría incluso tener sentido la denuncia si la contrapropuesta -a cargo del gobierno en el poder, recordemos- no fuera en sí misma un intento falseado de prorrogar el control político sobre el judicial. La propuesta del PSOE y Podemos defiende que en el supuesto de una situación de bloqueo por falta de acuerdo (político, recordemos), no se pueden realizar más nombramientos.

Es decir, lo que se vende como una forma de presión para evitar innecesarios bloqueos no es más que un mero cambio de papeles. Si no hay acuerdo político, no renovamos el órgano de gestión judicial. ¿Tiene sentido? Sólo desde el punto de vista del partido que más votos tenga en cada momento. Porque la propuesta implica de hecho una exigencia que evitan reconocer: hemos ganado las elecciones así que ahora queremos ejercer nuestra prerrogativa de control.

Ese es el verdadero obstáculo y lo realmente grave. Conviene no ser ingenuos, la verdadera interpretación de esta negociación no es la búsqueda de la defensa de la independencia judicial. El objetivo es conseguir colocar tus peones en el tablero.

No hay partidos sin pecado original en esta cuestión. No sólo los distintos gobiernos han hecho oídos sordos de las recomendaciones que llegaban desde Europa, en el sentido de permitir que la administración del poder judicial recayera en sus propios miembros. Sino que seguimos viendo cómo, imitando a trileros, negocian a vista de todos con pretextos que buscan ocultar las verdaderas pretensiones.

Así que para todos los que confiamos en la separación de poderes, creer que Godot vendrá algún día se hace cuesta arriba. Hemos asumimos como normal lo que es en realidad una tremenda distorsión. La renovación del órgano de control de los altos tribunales del país no puede estar mayoritariamente en manos de poderes políticos.

Es imposible que no veamos un conflicto de interés ahí y una perversión democrática. Estas elecciones permiten dirigir el nombramiento de afines en los altos tribunales del país. Incluso confiando en la labor de un gran número de jueces, se hace complicado no entender que ahí anida un factor de corrupción.

No nos debiera valer que salieran unos por otros. O a jueces ejercer de ministros y vuelta. O de ministros y después fiscales generales. Lo realmente democrático es que haya una muralla entre los poderes, que funcione como un equilibrio que beneficia a todos. Pero, como con Godot, la esperanza se hace cada vez más débil.