No vuela ya la milana, y no llora la niña chica. El Azarías se rasca la cabeza sin quitarse la boina, mecánicamente, sin entender por qué desde ahora sus días serán algo más tristes. Pacífico Pérez ya no tendrá su guerra, la que nunca deseó y aún así le marcó la vida, y no se sentirá un príncipe destronado, y Daniel, el mochuelo, bachiller ya peinando canas, seguirá paseando por su pueblo donde el bazar de las Guindillas hace tiempo que dejó su lugar a un todo a cien , y donde aún sobrevuela la memoria de Salvador el quesero, las lepóridas, don José y don Moisés. Todos ellos vivirán para siempre, indelebles, en la memoria de quienes llenamos más de Cinco horas con don Miguel Delibes, conociendo Viejas historias de Castilla La Vieja, sentados bajo la alargada sombra de cualquier ciprés, casi al principio de nuestro Camino vital, distante aún nuestra hoja roja , lejos por entonces de que se nos cruzase alguna señora de rojo sobre fondo gris que nos convirtiese en herejes a ojos de nuestros mayores. Por fortuna, nunca perdimos la fe en la magia del cine que, en perfecta comunión con una obra literaria con mayúsculas, supo retratar magistralmente nuestra felizmente superada tierra de Santos Inocentes , tan bien pintados por la pluma recia y dulce de don Miguel. Pluma que siempre quiso retratar al ser humano, sin concesiones, en su plenitud, en comunión con la naturaleza, en toda su miseria y su grandeza.

Hoy no es la hora del adiós, jamás puede serlo para alguien que hizo de la palabra un monumento al respeto y entendimiento entre seres humanos, tal y como demuestra toda su obra. Que hizo de su entendimiento absoluto con el entorno un puntal de vida. Que retrató con maestría sin igual años difíciles para quienes los vivieron, para que nos sirvieran de aprendizaje a generaciones posteriores.

Se ha ido sin el premio Nobel, ¡Y qué más da! Para todos cuantos le sentimos como alguien cercano, tiene un lugar de oro en nuestras preferencias. Y, por lo que respecta al que esto firma, permítame, don Miguel, una última confesión: Cuando la vida achuche, y necesite un momento de desahogo, de reencuentro con lo que soy, volveré a abrir cualquiera de sus novelas, de sus textos, para reencontrarme una vez más, con la milana bonita .

Francisco J. Meléndez **

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