Los espeluznantes testimonios que llegan de Argentina sobre la hambruna infantil en provincias como la de Tucumán muestran el lado más insoportable de la crisis de un país inmensamente rico en recursos pero postrado por una mezcla de incompetencia de los políticos, rapiña de los empresarios y corrupción a gran escala en los centros de poder. Lo más terrible de la situación de Tucumán es pensar que las ayudas destinadas a alimentar a los niños se pierden en los bolsillos de administradores públicos corruptos que han alcanzado niveles impensables de degradación moral. Erradicar ese clima de corrupción es previo a los planes financieros que una y otra vez diseñan los gobernantes de Buenos Aires. El ministro de Economía, Roberto Lavagna, anunció el viernes el levantamiento del corralito financiero, de forma que los clientes de los bancos podrán volver a disponer del dinero depositado. Será un respiro para las maltratadas clases medias y bajas, pero no la solución para una sociedad que asiste atónita a un proceso rápido de empobrecimiento. Si Argentina quiere salir sin violencia de la miseria, el primer paso es regenerar democráticamente la vida pública y entonar de nuevo el nunca más .