Ante la gravedad de la situación económica que ha transformado millones de vidas inalterables, invariables e intocables en profundos abismos y malditas horas malditas globalmente, los cambios de cada día son precisos aunque no haya que precisarlos todos: la comida, el ocio, los pagos y las deudas, los caprichos y las necesidades. El carácter, la tensión arterial, las ojeras, las sonrisas y la manera de andar por las calles. Los besos que se regalaban y ahora pueden negarse y ausentarse, las noches cálidas por las frías, las mejillas secas hundiéndose húmedas para calmarse en muchas almohadas.

Pero hay libros.

Hay animales de compañía. Hay compasión. Hay solidaridad. Hay música. Música que suena como sonará siempre: para llegar inmediatamente al espíritu y consolar el ánimo por el suelo y por el armario vacío. Hay hombres que sentirán amor por mujeres que no dejarán de amar mucho. Hay poetas. Hay amaneceres. Hay proyectos que pueden posponerse y que no dejarán de hacer lo que han hecho constantemente: saber esperar.

Hay experiencias que se cuentan y comparten en la cola del paro o en los despachos de los abogados. Hay una democracia que lentamente deja aflorar síntomas inesperados.

Siempre no dura siempre más que una vez en la existencia.

Siempre es una eternidad que dura muchos meses y mucha rabia, pero no es para siempre. Es que nosotros somos un rato, un rato que ahora no es como antes, inalterable, intocable.

Parece que nada está en su sitio, parece que las cosas han ido a parar al otro lado de la casa. También, ay, hay hermosas, intensas, inmensas miradas que nos dejan sus ojos encima, al lado, exactamente así. Miran para ver a cada uno tal y como es ahora, y, como querríamos que nos miraran sin cesar de esa forma, seguimos adelante aplastando --también-- montones de hojas marrones. Cantarán descaradamente los mirlos en las mañanas claras, porque habrá, habrá primavera.

María Francisca Ruano **

Cáceres