Decía Rilke que la verdadera patria del hombre es la infancia, y, sin duda, según dicen los expertos, esa etapa de la niñez nos marca a todos, desde nuestros primeros pasos, la sensación de esos olores, el marco de nuestros pueblos y ciudades, nuestras familias. Es el acomodo en el que una se desarrolla para afrontar, ya como adulta la otra etapa, que va en regocijo de los cimientos de niñez. Por eso cuando ocurre un suceso como el de Godella, a manos presuntamente de uno de sus progenitores, resulta tan duro de entender y de comprender. Porque ese refugio del hogar se ha convertido en su mayor trampa. Al mismo tiempo, de sentir el fracaso de la propia sociedad - con todos sus medios-- que ha sido incapaz de proteger a esos dos menores, y con la agravante de hechos que inducían a pensar que esos dos niños estaban en franco peligro. En estos casos es cuando una puede observar que el hecho de la patria potestad no debiera ser esa patente de corso con la que mirar hacia el otro lado, cuando menores indefensos permanecen tan desprotegidos ante ese peligro inminente. Porque ahí se falló en todo, en su entorno más inmediato, en el propio colegio del menor escolarizado, los asistentes sociales; todo ese aparataje que una sociedad moderna y previsora, como la española, debiera tener para que este tipo de sucesos no se hubiera producido, con la consecuencia de una fatalidad marcada. Esto es, el hogar ha sido su mayor trampa. Y en este sentido, los padres han sido los ejecutores de un final tan trágico como reprobable socialmente.

Y cuando leemos esta noticia, por eso de la inmediatez de la información, nos trasladamos a otra situación, la de la sentencia de una madre condenada por propiciar una bofetada a su hijo de diez años, por un delito de maltrato en el ámbito de la violencia doméstica, a una pena de dos meses de prisión, además de seis meses de alejamiento respecto a su hijo. No pondré en duda los términos de la sentencia, y sí en el hecho de que la violencia empleada tuvo consecuencias que le provocaron eritemas en la mejilla del niño. Pero la pena de alejamiento podría entenderse como un hecho que pudiera perjudicar al niño, por lo que significa de no tener contacto con la madre, que sigue teniendo esa patria potestad. Y ahí sí que se debería hacer una reflexión por las consecuencias de desafección que pudieran darse en el menor. Y que choca frontalmente con el ejemplo anterior, que, sin ser comparables, lo que sí se ha producido un actuar, por la diligencia de un progenitor, y en el otro caso, no se ha podido prever medidas con las que actuar para hacer frente a esa desatención en la que estaban sumidos los niños de Godella. Y de ahí que haya que hacer una seria reflexión sobre el tratamiento de los menores, el hogar en el que se educan, y las circunstancias que pueden derivar en hechos violentos o de desafección en una época, la niñez, que conforma la base sobre la que se genera el inicio de la personalidad.

Conviene incidir en los mecanismos de protección que alerten de situaciones donde se pueden estar produciendo hechos, que pudieran ser generadores de violencia y de consecuencias directas para el entorno de los menores, que necesitan ser protegidos ante entornos que no son capaces de generar las medidas previsoras de un hogar seguro y con el deber de atenderlos en su educación integral. Una niñez robada y una niñez infelizmente prematura convierte a una sociedad en el mayor fracaso respecto a la generación a la que debe proteger.