WEw l Mundial de fórmula 1, el gran escaparate del motor en el que se pone una apabullante tecnología al servicio de la velocidad con una precisión de milésimas de segundo, parece este año encaminado a decidirse por la pillería de unos y la arbitrariedad de otros. El escándalo de este fin de semana en Hungaroring no es el primero de la temporada, pero sí el más grave, porque ahí ha quedado de manifiesto la influencia de las decisiones extradeportivas en la marcha del campeonato. En el circuito húngaro ha quedado también abierta, tal vez definitivamente, la fisura interna en el equipo McLaren-Mercedes, el más potente este año.

El piloto español Fernando Alonso, dos veces campeón mundial, ha sido otra vez el más perjudicado. El, que obedeció las órdenes de equipo en la jornada de clasificación, fue injustamente relegado al sexto puesto en la salida, cuando en la pista hizo el mejor tiempo. Y su compañero Lewis Hamilton, que fue quien desobedeció las instrucciones, resultó el gran beneficiado. Parece que el circo de la fórmula 1, en el que se respira aire británico por todos los rincones, está ansioso por que sea la estrella emergente, el joven inglés Hamilton, quien gane el campeonato, sea en el asfalto o en los despachos de unos jueces que deciden de modo tan arbitrario como inapelable. En esa subterránea guerra de influencias, Alonso tiene todas las de perder. Sobre todo si su equipo sigue sin apoyarle como merece quien ha llevado el 1 a la escudería que dirige un desbordado Dennis. La injusticia contra Alonso es en este caso palmaria, más allá de los habituales comentarios de rancio patriotismo.