La explosión del PSOE el sábado 1 de octubre de 2016 pasará a la historia de la política española como uno de sus capítulos más negros. Solo hubo que esperar al día siguiente para comprobar que se había convertido en un acontecimiento de interés incluso para quienes nunca hablan de política: simpatizantes de otros partidos, ciudadanía apolítica e incluso votantes anti PSOE se encontraban estupefactos.

Aquella reunión del Comité Federal traspasó los habituales límites del espectáculo mediático para transformarse en un hito emocional. Eso solo ocurre cuando algo toca la fibra más sensible de una sociedad, cuando se ha llegado a esa raíz que duele y solivianta.

Yo los llamo acontecimientos-revelación. Sin poder realizar comparaciones directas, el 11-M nos reveló un gobierno capaz de mentir hasta la náusea moral con tal de encubrir su posible responsabilidad en una masacre; los anuncios de recortes por parte de Zapatero en mayo de 2010 nos revelaron que nuestra democracia estaba intervenida por los poderes económicos. El 15-M puso de relevancia todo el hastío y enfado subyacente en una sociedad cansada de mentiras y desprecios a su dignidad.

El trauma del PSOE en este octubre de principios del siglo XXI, como adelanté aquí el pasado 12 de septiembre («Días decisivos»), ha revelado a todo el mundo que se trata de un partido intervenido para evitar que forme un gobierno de izquierdas. Es lo que sobrevolaba en el imaginario colectivo antes de los hechos, lo que ha quedado nítido después y lo que pasará al relato definitivo de aquel sábado negro.

Algunos dirigentes del PSOE (Susana Díaz, Guillermo Fernández Vara, Javier Fernández, Emiliano García-Page, Ximo Puig y Javier Lambán) y parte de la vieja guardia (capitaneada por Felipe González), bajo la presión de poderes económicos representados por Juan Luis Cebrián (presidente ejecutivo del grupo PRISA), han violentado la voluntad democrática de los militantes y votantes del PSOE para dejar que gobierne el Partido Popular.

Pedro Sánchez, días antes de su decapitación política, lo dijo muy claro: el PSOE se estaba jugando una cuestión ideológica de fondo, que era si durante los próximos años prefería llegar a acuerdos por la izquierda o por la derecha. Al modo del despotismo ilustrado, un grupo de no más de diez personas ha elegido en nombre de todos que por la derecha. En este contexto sociopolítico la decisión va más allá de eso: se prefiere que el PSOE sea un partido sistémico antes que un partido crítico, es decir, un partido conservador antes que un partido transformador.

Este hito revelador contiene otra revelación que solo ha sorprendido a quienes no estaban al tanto de las interioridades del PSOE: que en el partido cohabitan una derecha y una izquierda. Los que llevan años acusando al PSOE de neoliberalismo han quedado asombrados del comportamiento de Pedro Sánchez y de la movilización de la militancia en torno suyo. Para quienes no querían ver que en el partido había gente que no era de izquierdas, el shock ha sido también importante.

El trauma no es solo para el PSOE, es para toda la izquierda. Para Unidos Podemos —de los primeros, es decir, de los que no querían reconocer que en el PSOE latía una verdadera izquierda con fuerte pulsión transformadora— el trauma socialista es su trauma. Si lo que deseaban era ocupar el espacio del PSOE para hacer política desde ahí habrán podido comprobar que puede servirles de poco, a no ser para lo que le ha servido a Sánchez o, en el mejor de los casos, a Tsipras, es decir, convertirse en el último juguete roto de la UE.

Han debido darse cuenta, espero, de que solo con sus siglas (u otras cualesquiera) no pueden ni podrán. Habrán entendido, supongo, que si lo que quieren es transformar este país, no les sirve un PSOE derechizado ni un PSOE extinguido. Habrán aprendido, deseo, que de lo que se trata es de conformar voluntad popular progresista, consciente, unida y permanentemente preparada para la movilización civil. UP necesita el ala izquierda del PSOE y el ala izquierda del PSOE necesita a UP. De otro modo, y durante muchas décadas, en España solo habrá gobiernos conservadores.

Lo que han hecho los ejecutores del sábado negro de octubre —y sus colaboradores— es imperdonable para la izquierda española. Es un estigma que nunca podrán quitarse. La revelación del PSOE intervenido debe indignarnos y levantarnos de los asientos a todos los españoles que nos consideramos progresistas, con cualesquiera siglas o sin siglas. Si no reaccionamos ante este atropello, estaremos consintiendo el sometimiento de nuestro sistema político a una negación ilegítima del legítimo anhelo de cambio que tiene la sociedad española. H

*Licenciado en Ciencias de la Información.