WLw os resultados de la encuesta escolar sobre drogas presentados por el ministro de Sanidad y Consumo nos informan de un cierto cambio positivo de tendencia en las costumbres de los jóvenes españoles. Después de 13 años, el descenso del consumo de cannabis y cocaína, sin ser espectacular y con todas las prevenciones que se derivan de la muestra, es significativo y debe achacarse en buena parte a las campañas de sensibilización y a los mecanismos que la Administración ha puesto en marcha para ir reduciendo una lacra social de consecuencias muy negativas para el futuro del país. Además, como factor esperanzador, cabe anotar el aumento de la percepción de peligro que tienen los propios jóvenes cuando se enfrentan al mundo de la droga.

Sin embargo, y más allá de los números, de los porcentajes, es cierto que muchas conductas juveniles siguen instaladas en una dinámica mórbida, de difícil solución. Sigue creciendo el apego a una drogadicción que, en nuestra cultura, no solo se consiente sino que incluso llega a estimularse. La edad en la que los adolescentes acceden al alcohol o al tabaco, por ejemplo, ha disminuido severamente, con los notables problemas cívicos, familiares y sanitarios que tal hecho acarrea. Y tabaco y alcohol siguen consumiéndose al alza. No por ser más libre una sociedad tiene que definirse como más tolerante con según qué excesos. Por ello, y a pesar de las buenas noticias de la encuesta, tenemos la obligación de incidir en la educación, la información y la prevención. No se trata solo de aplicar con rigor los criterios sanitarios, sino de entender que nos jugamos buena parte de nuestro futuro.