Decepción. Tal es el sentimiento que debe de haber provocado la revelación de que el papa Francisco, tan tolerante, tan moderno, tan como parecía ser, en realidad considera «la homosexualidad como una moda», según el libro del sacerdote Fernando Prado (La fuerza de la vocación. La vida consagrada hoy), publicado la semana pasada y que no es sino una entrevista que mantuvo con el papa a principios de agosto. Una decepción relativa, todo sea dicho, porque nunca se entendió la destitución del obispo Krzystof Charamsa, por ejemplo, después de aquel famoso condicional del papa: «Si uno es gay, busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarle?». Un condicional con demasiadas condiciones, ciertamente. Pero el obispo Charamsa no solo reconoció ser gay (y practicante: ahí estaría su novio) sino que también habría buscado y encontrado a Dios, a juzgar por los años que ofició en la Congregación para la Doctrina de la Fe. ¿Se trataría entonces de que el obispo Charamsa no tendría buena voluntad, para que el papa le juzgara con la expulsión?

Qué más da. Lo que se deduce es que el papa Francisco nunca ha querido homosexuales en la Iglesia. Tanto es así que admite incluso la necesidad de «discernir adecuadamente con los candidatos», lo que únicamente puede significar que hay que establecer criterios de selección para evitar que los homosexuales accedan a vocaciones religiosas, como si ser homosexual predispusiera a violar el voto de castidad o, peor, a ser pederasta. Pero ocurre que la orientación sexual, y esto vale lo mismo para homosexuales que para heterosexuales, nada tiene que ver ni con transgredir el voto de castidad ni con ser pederasta. Del celibato, que se ocupe el papa. De los delitos de pederastia, que se ocupen los jueces. Eso es discernir. Sin embargo, el papa prefiere responsabilizar de lo uno y de lo otro a la homosexualidad, «ya que está de moda y esa mentalidad también influye en la Iglesia», dice. Revelador, más que decepcionante. Porque es evidente que considerar la homosexualidad como una moda (¿y por qué no como una plaga?) demuestra el discernimiento del papa.