La historia de Hannah es triste y sobrecogedora y no sólo ha sobrecogido a los británicos, sino a la sociedad española. Esta historia amarga pone de nuevo en la parrilla de la actualidad el tema de la muerte digna, esa muerte digna a la que todos tenemos derecho, y que en el caso de Hannah es más que justificada. Jana tiene trece años, pero las circunstancias la han llevado a madurar lo suficiente como para tener claro lo que quiere después de pasar más años de su corta vida en el hospital que en casa. Hannah se ha negado a que le practiquen esa operación que ningún médico garantiza como remedio a sus patologías y que conlleva graves riesgos para la deteriorada salud de ella, y en el mejor de los casos quedaría supeditada a un nuevo tratamiento para el resto de sus días. Hannah no solo ha tenido que pelear con su enfermedad, sino contra el equipo médico que amenazaba a los padres con quitarles la custodia de Hannah, si éstos no autorizaban el transplante que necesitaba. Paradójicamente, todo lo contrario a lo que deseaba Hannah que a esas alturas de la enfermedad no quiere seguir viviendo en el hospital y sólo pedía vivir lo que le quedara con sus padres, dentro de en su hábitat rodeada de los suyos y de aquellos objetos que le pertenecen y que son el reflejo de nuestro forma de vivir, de nuestros gustos y en definitiva de nuestro estilo de vida. Para los padres de Hannah no habrá sido fácil aceptar la decisión de su hija; pero prefieren saberla feliz y tranquila el resto que le quede de vida a verla desgraciada y sometida a tratamientos que como dice el refrán son pan para hoy y hambre para mañana. Posiblemente, habrá un sector de la población, que suele ser el mismo de siempre, que sea duro con el difícil papel que le ha tocado representar a esta familia y se atrevan a juzgar severamente a esos padres que no han hecho más que respetar la voluntad de su hija, después de meditarlo mucho y de conversar largo y tendido con ella. Ahora les queda disfrutar de todos y cada uno de los momentos, sacar el máximo partido al tiempo, y no es justo que esos padres se les pueda achacar nada, después de tantos años de sufrimiento tras un diagnóstico tan duro, en el que no han podido disfrutar de su hija, ni en la infancia, ni de esa adolescencia precoz dada la madurez que demuestra y que también es un efecto secundario de la enfermedad de Hannah.

Está claro que ella hasta el momento no ha ganado la batalla de la vida, pero ha ganado a esos médicos empeñados en cumplir con lo que su ética profesional les dictaba y también en lo que respecta a calidad de vida, que es en definitiva lo que todos pedimos cuando estamos abocados de forma irreversible a una muerte segura.

Este caso dará paso a un nuevo debate sobre el derecho a la muerte digna, aunque esté establecido por ley que en España hay que contar con la voluntad de las personas a partir de los 12 años. Y si bien es una situación tremenda, también lo es cuando se trata de prolongar un sufrimiento.