Autor teatral

Llego de Madrid. Que conste que no es por decirles de dónde vengo, sino por prevenirles a dónde no deben de ir: un frío gélido de la meseta y una ciudad patas arriba, no se sabe si por buscar el dichoso tesoro --que dijo Dany de Vito en sus múltiples visitas a la Villa y Corte--, o por encontrar una tiara a Letizia para su segunda boda. Lo dichoso del viajecito --que no la dicha-- viene a cuento por lo que puede dar de sí un viaje en la Renfe extremeña , a poco que se lo proponga uno, de Madrid a Mérida, de Mérida a Madrid, y si las musas acompañan, puede uno venir con unos legajos, que acojonarían al mismo editor Jose Manuel de Lara y a su editorial Planeta. Con un poco de disciplina --tal es el tiempo invertido--, que con rigor y cientos de paquetes de folios, uno se puede traer un ensayo --dos para los más trabajadores-- sobre la idea de España, si es que vivimos en ella. Una antología poética y otra visual sobre los novísimos bardos de Calatayud y Hornachos y una autobiografía propia, hasta que el autor viajero pisa andenes de uno u otro lado de la Odisea. Servidor --vago donde los haya-- dedicó la travesía a un sentido filosófico, mugriento y nihilista, para conocerme a mí mismo y no al señor que traía al lado. ¿Para qué contarles los arrebatos y las depresiones, las grandezas y miserias de mi existencia, cuando todas las demás existencias están clonaditas con las mías? Harto y sudoroso de preguntarme a dónde iba --la megafonía del Talgo dijo en ese preciso momento que a Navalmoral de la Mata--, decidí emplear tiempo y talento en esta columna que ahora les llega. ¿De que hablar?, ¿qué decir? No hay nada como el traqueteo de Renfe Extremadura para sacarte a trompicones las ideas: muros de silencio. Si ustedes radian Ser Badajoz, escucharán una voz que sale de las ondas como hecha para ellas: grave, desgajada y con el imán de atraerte, aunque cante las alabanzas de use balletas flecha, balletas flecha mejor . Si miran Localia desconexionada, aparecerá la mirada sin concesión de una mujer que tiene como escenario la silueta de una joven en la ventana mirando al mar: la metáfora con brisa de una libertad. Delante la presentadora, presuntamente impasible ante el preso/a, interno/a, que cumple condena en Badajoz. La puerta cerrada a cal y canto es la única alegría que se concede la escenografía preparada para la confesión. La mujer, la que mira y habla, pregunta y escucha, es Victoria Moreno, la que quiere demoler tantos olvidos de silencios, parapetados tras muros que gritan y quieren traspasar su voz. La semana pasada fue Marcos, quien reabrió la riña de la maestra y la complicidad y el testigo de ser su testimonio. Marcos contó de su pasado, al que tuvo derecho, pero no deber; del horizonte de un futuro con una novia que le espera, para forjar otros muros, no tan fríos. Dijo de soledad y calle; de un barrio de reyertas, donde ser tan hombre es ser sólo hombre. Marcos mira a Victoria como el alumno pillado en su travesura. Ella --robándose la ternura-- le encuentra tan vivo que sólo la apariencia tendría razón en un vis a vis de cuerpos y palabras, de esperanzas y ternura. El usted de Marcos hacia Victoria es el respeto del pecador hacia el oscuro confesionario. Marcos es vida por delante y Victoria se lo hace saber. A veces madraza y miedosa; a veces astuta y periodista, se acojona por si los ojos orillantes de Marcos --¡un porro!-- puedan devolverle a otro muro de silencio. A Marcos --a todos-- mis deseos de que vivan. A Victoria, muchos muros que derribar. Contra la tragedia, ni dioses, ni sinos..., sólo nosotros.