TCtuando vamos de vacaciones, ¿qué compramos? Compramos poder y estatus cuando decimos: este año nos vamos a las Bahamas a un hotel de cinco estrellas, y buscamos dejar boquiabiertos y admirados a nuestros oyentes. Compramos experiencias para un año, centenares de instantáneas con cara de felicidad un tanto impostada para repasar en los momentos más bajos del duro invierno laboral, la sensación de estar vivos, en suma. Compramos nuestra libertad cuando dedicamos el estío a hacer lo que verdaderamente nos gusta, sea hacer sonetos, pinturas murales o coleccionar fósiles. Compramos nostalgia, espejismos de felicidad, cuando visitamos lugares ya recorridos asociados a un momento único de nuestra existencia. Parejas que repiten la luna de miel persiguiendo aquel amor que les unió y que ahora se esfuma entre sus manos en los mismos paisajes que lo vieron crecer.

Estamos destinados a estrellarnos contra la realidad, y a asumir que los momentos irrepetibles son justamente eso, irrepetibles. Cada vez más compramos el retorno a los orígenes, a las maneras de vivir antiguas, sin rígidos horarios más allá de los que marca la propia naturaleza, al gusto del contacto humano sin compromisos. A lo auténtico. La búsqueda del propio yo la podemos encontrar en el pueblecito donde íbamos de vacaciones de niños, o en el pueblo de nuestros padres, que nunca hasta este momento nos había interesado lo más mínimo.

Compramos una cura de estrés, pero también un relato de nuestra identidad. Y la encontramos cuando cerramos los ojos y en lo más recóndito de nuestro cerebro se activa la región donde se guardan como oro en paño los recuerdos de la infancia. El sonido de las pelotas rebotando contra las paredes, los gritos de los niños a toda pastilla en bicicleta, la emoción del primer chapuzón, la tele anunciando la serie mil veces vista, el olor del pan recién hecho, los guisos de la abuela, las campanas repicando el Angelus... Es como entrar en un túnel del tiempo, un pasaje secreto a la inocencia perdida, el único pozo del que podemos sacar fuerzas para volver a la rutina.