Supongo que los totalitarios y antidemócratas, que en España son legión, estarán tirando cohetes por el asunto de los viajecitos en primera de los eurodiputados, que tanto desprestigia a la política. Sin embargo, si esos nostálgicos del oprobio gastaran algo de inteligencia, repararían en que esa jeta de los políticos actuales, que traicionan a la sociedad para agazaparse confortablemente en las privilegiadas conejeras del Estado, es consecuencia directa del analfabetismo político precisamente, bruñido no sólo en los últimos decenios de tiranía y de democracia tutelada, sino a lo largo de la Historia. Del analfabetismo político, y de la corrupción inherente a los regímenes dictatoriales.

Una democracia no se improvisa, y mucho menos si su desarrollo depende de individuos que, ayunos en general de otro mérito que no sea el de haber brujuleado bien en el seno de sus partidos, no se sienten en la obligación ni de disimular siquiera. Todo el mundo preferiría, bien es cierto, viajar gratis y en primera, pero es probable que si se hubiera de votar públicamente sobre la conservación o no de ese privilegio en un escenario de depauperación general, tristeza y paro masivo, mucha gente se cortaría. Nuestros políticos, criados en un país donde nadie les enseñó qué es la verdadera política, la verdadera democracia y la verdadera naturaleza de la función pública, no se cortan. Sin otro norte que el electoralismo barato, deben estar persuadidos de que si Jesús Gil sacó cuatro mayorías absolutas, y Ruiz Mateos centenares de miles de votos, y de que si en los sitios donde más percute la corrupción es donde más asegurada tienen la reelección sus autores, deben pensar, digo, que todo el monte es orégano.

Y así es: en nuestro monte no hay más que orégano, hay orégano para aburrir, pero no, qué pena, ninguna otra especia de las necesarias para elevar el gusto y la calidad de lo que políticamente comemos.