Filólogo

Es buena la intención del ayuntamiento cacereño sobre la peatonalización. Pero de bien intencionados anda lleno el infierno. Y es que la peatonalización a ultranza, puede llegar a producir zonas de empobrecimiento que pudieran causar un efecto irreversible en la ciudad.

Quizá habría que analizar los conceptos de ciudad, peatón y espacio urbano y la relación entre unos y otros. La ciudad se expande cada día más, lo que nos lleva a asegurar que el peatón puro no existe; el paseante de hoy es un híbrido hombre-coche que necesita espacio urbano para andar pero que llega a él en coche: es un ser sentado ante el volante. Hablar de peatonalización a secas, en ciclón y a todo trance, parece delicado: no se trata de enfrentar a personas y coches, sino de movilidad sostenible, de repartir con acierto el espacio público, el que corresponda al coche y al peatón, sin excluirse.

El ciudadano del R-66, de La Mejostilla, Aldea Moret, del centro, dueño o no de servicios, necesita el coche y necesita espacios y accesos practicables si no queremos una ciudad expandida con un absurdo centro trampa muerto. De ahí que la peatonalización consista, primero, en gestionar los desplazamientos desde la periferia; en regularizar, a la baja, la velocidad en la aproximación, en priorizar, luego, al peatón, instalar bolardos y tarjetas y establecer aparcamientos suficientes.

A día de hoy éstos no están y cuando lleguen, puede ser tarde. Peatonalizar va más allá de pavimentar calles y cerrarlas al tráfico: es, ante todo, el renacimiento de una cierta solidaridad social, la conciencia de participación de todos los agentes ciudadanos en compartir del mejor modo posible el espacio disponible de modo que se logre la recuperación de la ciudad como un espacio amable y de convivencia y no se quede en mera obra de albañilería. En estas cosas no valen las buenas intenciones. Valen los resultados.