Tengo por norma no hacerle caso a los comentarios de redes sociales. Cada día hay personas que me increpan o acusan de ser rojo o azul, según el día que toque, pero tengo autoimpuesto no contestar, hacer oídos sordos, encogerme de hombros y pensar en otras cosas. Hay ocasiones en las que pienso que si callo, otorgo; pero al final considero que dándole pábulo al insultador de turno solo contribuyo a su propagación y crecimiento y, en consecuencia, egolatría. Porque les confieso que las redes sociales acogen todos los males que encierra en sus adentros la condición humana: envidia, soberbia, codicia, ira. Solo falta lujuria, pereza y gula para completar los siete pecados capitales.

Las conversaciones de barra de bar de antes se han trasladado a las redes sociales y resulta un chollo. Sin moverse de casa, con la cerveza o el café al borde de la mesa, y dándole a la tecla del móvil, increpando a quien uno considere sin necesitar causa o razón. Ahora insulto a este, ahora me meto con aquel, ahora le contesto al de más allá. Como en el bar cuando entraba el macarra de turno y nadie le decía nada a pesar de sus provocaciones hasta que el dueño del establecimiento sacaba el tesón suficiente para ponerlo en la calle. Ahora tiene todo esto al alcance de la mano y al mismo nivel que todo el mundo, sea un señor o señora con responsabilidades, sea uno que pasaba por allí y se lleva un zasca porque le da la gana, por esa malicia intrínseca del torpe de la clase que le pone la zancadilla al empollón del colegio cuando sale al patio del colegio.

No digamos ya si el protagonista se oculta bajo una falsa identidad o tiene un perfil que no se corresponde con la realidad. Estos son los peores si me apuran. Menuda ganga, ¿una capa que le hace invisible para increpar a todo Cristo y con total impunidad? Y encima en un medio de comunicación como es una red social cuyos propietarios no están ni en España y ante una demanda para exigir una revelación de identidad se niegan o la obvian alegando que está dentro de las condiciones o normas aceptadas por quienes se adhieren a la misma. Ancha es Castilla, adelante con los sartenazos.

Reclamo el papel de los medios de comunicación una vez más. En esta nueva era de internet, donde hay quienes consideran que el periodismo tradicional ha muerto y quienes viven ahora son los miles y miles de internautas que informan u opinan en tiempo real de aquello cuanto ocurre, tengo que decirles que se equivocan. Que la profesionalidad de un periodista es un valor en sí mismo, máxime si cuando escribe lo hace con su nombre y apellidos y, además, goza del respaldo de un medio de comunicación serio, perfectamente identificado, que salvaguarda los valores sociales que corresponden a una democracia a la vez que vela porque todo este trabajo se lleve a cabo bajo por los cauces legales y de responsabilidad social.

El ‘no dejes que la realidad estropee un buen titular’ es una especie de chiste o chascarrillo que se cuenta en las redacciones de los periódicos cuando aparece un hecho noticioso e impactante y acto seguido un organismo oficial lo desmiente. Uno piensa: «lo tenía que haber escrito antes». Estoy harto de ver noticias en redes sociales e incluso en algunos portales de seudomedios de comunicación que a posteriori han resultado falsas. Ahora la máxima de las redacciones es: «no dejes que las prisas te hagan poner un titular falso que luego tengas que desmentir». El prestigio del periodismo de antaño tiene que seguir valiendo para los nuevos tiempos y en esta sociedad tan rápida donde lo de ayer resulta pasado, es más necesario que nunca contar con referentes informativos que digan la verdad y, si no la tienen, directamente no la publiquen.

¿Cuántas veces llegan a un periódico mensajes de whatsapp acerca de un hecho determinado que resulta ser falsos? ¿En cuántas ocasiones hay que acudir a las fuentes oficiales para contrastar este tipo de informaciones? Casi todos los días. Y se hace porque sería de necio no aceptar estos cauces de información; sería no ser consciente de la realidad donde se vive. Pero igual que antes una fuente anónima llamaba a un periódico falseando la voz y dando un dato que podía ser cierto o no, ahora es un reenvío de un mensaje o un comentario de una red social al teléfono móvil de un periodista. Antes igual que ahora habrá que comprobar su veracidad.

Tenemos una nueva realidad y el periodismo tiene la oportunidad de seguir siendo necesario a la sociedad. Un viejo maestro de la profesión me dijo hace mucho que los periodistas tenían que estar siempre donde estaba la gente, pero sabiendo que a veces la gente miente. Pues bien, habrá que estar también en las redes sociales porque en efecto la gente está ahí, pero seguir empleando esta misma máxima de que, en ocasiones, lo que se dice o se escribe puede ser una gran mentira.