¡Por fin!, me dije en cuanto he tenido noticia de esta iniciativa global. Este es, sin duda, el comienzo de verdad esperanzado de lo que ha de ser el nuevo mundo. No sólo el corazón mueve a este tsunami humanitario, también la razón: también los malos saben que, si no se salvan los demás, tampoco se salvarán ellos.

Este planeta, es un navío en mares procelosos; y su rumbo y su destino, depende de todos sus tripulantes: los ricos y los pobres. Esa es la idea que ya --sin duda alguna y merced al impagable esfuerzo de quienes dejaron hasta su propia vida en el camino-- ha conseguido calar muy hondo: todos debemos hacer algo, porque ello es imprescindible.

Está ya meridianamente claro que el único camino, es el de estrechar lazos, aunar voluntades (respetando, eso sí, las enriquecedoras identidades diferenciales). En suma: hacer efectivo ese acertadísimo lema de la Revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad . Mi alegría es inmensa: en contra de los negros augurios de Nostradamus, esta primavera de 2005 hemos asistido al nacimiento de un nuevo salto cualitativo en la consciencia colectiva de la humanidad: la necesidad de superar el egoísmo en aras del bien común.

¡Bienvenido el movimiento pobreza cero !, al que ya, como en un río que nos lleva , nos iremos incorporando todos: sólo así, iremos superando la animalidad que nos domina; y, sólo así, llegará un día en que el egoísmo sea tan sólo un fósil de la crueldad que ejercimos en nuestro ya arcaico pasado. L.P.M. Plasencia