No tienen vergüenza. Jamás sospeché ver la temporalidad cómodamente instalada en el empleo público, erosionando con saña dos pilares fundamentales de la sociedad: sanidad y educación. El ser humano, para tener un proyecto de futuro, aspira a un trabajo digno y fijo, y la preocupación por la inestabilidad en el empleo produce insomnio y es funesta compañera. Además, paradójicamente pues fue el liberalismo quien trajo la temporalidad laboral, esta incertidumbre es uno de los ingredientes que genera conservadurismo populista.

Quien agota su efímero contrato, aguarda con ansiedad otra renovación que ignora si llegará, ni sabe dónde le destinarán, ni qué compañeros tendrá, complicando las relaciones personales.

Si resulta inmoral que en el sector privado la temporalidad alcance la abultada cifra del 26 % de los contratados, qué decir cuando en la administración más del 28% son eventuales y el fenómeno enraíza profundamente. Qué infamia para quien debería ser ejemplo: fomentar el empleo basura.

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