TLta historia de Job es la historia de una apuesta. Una apuesta en la que el Señor y el Diablo jugaron a ver cuántas putadas podía aguantar el campeón de los pacientes antes de mandarlo todo a tomar viento. Ganó, por supuesto, el Señor, pero en el entreacto Job perdió hijos, hacienda, salud y reputación. Ahora el juego puede parecernos cruel, pero sólo porque hemos debido amariconarnos en el camino, porque a ellos les divirtió tanto que desde entonces se pasean por la historia como dos ludópatas enganchados a poner a prueba la paciencia de los hombres.

Hoy, por ejemplo, es el cumpleaños de Tsutomu Yamaguchi , el tipo que sobrevivió a Hirosima y que, medio muerto, llegó a su pueblo natal, Nagasaki, tres días después. Justo para que le cayera encima la otra bomba. Milagrosamente, también sobrevivió. Tsutomu, que, como el papa Francisco , debía tener el perfil de un santo, pensaba que se salvó por gracia divina. Yo tengo mis dudas. Yo creo que fue por la apuesta.

Y una vez muerto Tsutomu, los dos ludópatas la han tomado con nosotros. No es que sea nuevo. España lleva siglos a prueba. Pero es que ahora atornillan de lo lindo. Que a Jesulín le paguen por tirarse a una piscina más que si hubiera escrito un premio Planeta, no puede ser casual. Que los chavales conozcan más nombres de corruptos que de premios nobeles, no se puede achacar a una mano negra. Son cosas de la apuesta. Esta floración de ineptos al por mayor y al menudillo no puede ser fruto del azar. La tele. Tanto fútbol. Tanto cura, tanto rey y tanto bufón. A mí que no me digan, pero tanta mediocridad ambiente no es natural. Yo se lo achaco a la apuesta. Hay días en que casi se oye la risa de los dos ludópatas diciéndose el uno al otro: atornilla fuerte, a ver cuánto soportan estos benditos.