Quién dijo que saldríamos mejores

Dolores Corrales Nevado

La nueva normalidad en algunos aspectos es la misma de siempre, es decir, salir a la calle supone ir sorteando las colillas de las aceras o las parvas de cáscaras de pipas. Las mascarillas son obligatorias, pero las colillas y cáscaras que han estado en contacto con las mucosas de algún posible caso (de coronavirus) se pueden pisar, con todo el garbo que cada cual tenga. También hay que esquivar los distintos carteles anunciantes, de fruterías, panaderías, academias, etc. cuando no la propia mercancía, que invaden el paso de los peatones, o se apoyan en los árboles, a pesar de que el ayuntamiento dispone de una normativa para protegerlos. Atención a las esquinas, mejor rodearlas si no te quieres rozar el bajo de los pantalones con los manchurrones frescos que día tras día renuevan los perros de sus amos, ya se trate de piedras centenarias o del escaparate más bonito del barrio, sin respeto alguno por el resto de ciudadanos. Se podría confeccionar una larga lista; servilletas gurruñadas junto a bolsas de chuches que revolotean en los entornos de las terrazas hasta encontrar acomodo entre los setos o en cualquier parte, el agua más que sucia de fregar portales y bares acaba en la calle, los restos de obra se tiran en cualquier desagüe, o directamente sirven para encementar los alcorques de los árboles, por no hablar de la cantidad de chicles por metro cuadrado que hay en nuestra ciudad, debe ser de las más altas del país, menudo record. Alimentar gatos, palomas y otros pájaros a pie de calle, también se puede, la suciedad, los olores, las posibles consecuencias insalubres de estas conductas, mejor aguantarlas estoicamente. En fin, por lo que se refiere al respeto y buen uso de los espacios públicos, creo que no hemos salido mejores del confinamiento. Se echa en falta un poco de pedagogía, apremiar a la población a cuidar las calles y parques, a mantener limpia la ciudad, inventar un buen lema y corearlo en los medios de comunicación o como siempre se ha hecho un coche con un altavoz que recorre las calles invitando a los ciudadanos a ser respetuosos con el entorno. También se echa en falta un poco de valentía en los ediles de nuestro ayuntamiento, no se puede quedar bien con todo el mundo, no se sorprendan de la desafección de una buena parte de los ciudadanos con los políticos.

CENTRO SALUD OLIVENZA

Falta de deontología

Arturo López Gallego

Olivenza

Vaya por delante mi reconocimiento a todos los sanitarios que tan mal lo han pasado durante los momentos más críticos de la pandemia; pero creo que esto no es óbice para saltarse las normas mínimas de deontología profesional. Esta mañana en urgencias estábamos dos personas en la calle esperando en el centro de salud de Olivenza mientras que en el interior solo había sanitarios (eso me dijo después el médico que me atendió) -ya se puede entrar en bares, centros comerciales, etc., pero en un centro de salud, no-. En la calle, en alto, la señora que nos atiende -una celadora, supongo- nos pregunta de viva voz, al oído de todos, qué nos pasa: quizá no ha oído hablar esta señora o sus jefes -si es que la han ordenado que nos atienda así- que existe una ley orgánica de 1982 que protege nuestra intimidad además de estar tipificado como delito en el Código Penal.

Pero esto no fue suficiente; el doctor que me atendió, aparte de preguntar también desde el pasillo qué me sucedía, después de hacerme pasar a su consulta, me hizo desnudar completamente de cintura para abajo para analizar mi problema -imagínense que desagradable situación para un paciente-, pero con las puertas abiertas de par en par a la vista de todo el que pasaba. Le pedí que cerrara las puertas y me dijo que «no pasaba nada, que todos eran sanitarios...», aunque después corrió un poco la cortina. Me parece una falta de profesionalidad y empatía con el posible sufrimiento del paciente.

Afortunadamente me sé defender y exigir mis derechos y así se lo he trasladado a dicho médico, pero qué sucede si el que asiste a la consulta es una persona que no tiene esa capacidad, un anciano, etc. Otra cosa es ya la conclusión de su análisis, en eso ya no entro porque se supone que sabe más que yo al respecto... aunque las dudas sobre su diagnóstico me surgen; inevitables tras ver su nula deontología anterior, inevitables tras sus conclusiones: estaba empeñado en recetarme analgésicos incluso inyectados allí mismo -mi dolor era suave aunque continuo-, sin preocuparse si podría ser un problema más grave que necesite un estudio más profundo. Me duele esa actitud de estos supuestos profesionales en momentos en que a lo mejor se está preocupado o en una situación de debilidad. ¿Es que nadie controla esto?