Periodista

El gallego Mariano Rajoy tiene un estilo que, en el fondo, poco o nada encaja con el del castellano José María Aznar. Y quienes empiezan a acusarlo de cerca son los fontaneros de la Moncloa y de la calle de Génova, sede del PP, hasta ahora acostumbrados a trabajar con un actor duro, como Aznar, capaz de plantar cara a cualquier forastero. Lo previsible es que el clan de Valladolid que arropa a Aznar va a sufrir con el lenguaje gallego de Rajoy, que no por ser gallego es peor que el castellano. Sólo es diferente. Algo así como la España plural, pero en versión PP.

Vayamos al grano, como hacen ellos: Carlos Aragonés y sus chicos creen que Rajoy debe dar más caña al PSOE y que, si no lo hace, al menos debe tener a su lado a quienes lo hagan. Parecen cansados de que sólo Aznar y Zaplana hagan de malos, mientras Ana Mato luce su arreglada melena en las tomas de la tele y Gabriel Elorriaga nos muestra su cuidado look de intelectual neoyorquino. El propio Aznar secunda ya públicamente la tesis de Aragonés.

Sobre este tipo de profesionales de la política, el periodista y escritor Enrique de Diego ha publicado un libro que aporta claves muy interesantes; a veces incluso excesivas. Algunos de estos fontaneros del Gobierno son anónimos para la opinión pública, caso del jefe del gabinete del presidente del Gobierno, Carlos Aragonés, ahora en pugna con Elorriaga para el puesto de lazarillo de Rajoy. Otros, en cambio, tienen una presencia pública más que notable, como Eduardo Zaplana o Javier Arenas, que están hechos unos campeones. Lo que sí les une a unos y a otros son ciertas convicciones liberales.

Con todos ellos encaja lo justo Rajoy, mucho más pausado y normal, en el mejor de los sentidos. El candidato del PP es capaz de hacer campaña, pero no de desenfundar por una nimiedad; menos aún de disfrutar haciendo daño. Mariano es Mariano, trabaja lo justo, habla como tanta otra gente de la calle, huye del márketing sin producto y, aunque los chicos duros del PP le acusan de vago, resulta que tiene tiempo para hacer sus discursos importantes a mano. A diferencia de Aznar, dice cosas normales pero no solemniza las obviedades. Al contrario, a veces suelta cosas importantes que a los más listos del PP les pasan inadvertidas: una, porque no entienden el gallego, y dos, porque acostumbrados al énfasis de Aznar, Rajoy les resulta monótono, gris y aburrido. Los críticos del PP del modelo Mariano quizá no reparan en lo más esencial: Rajoy no es Aznar. Y no está haciendo otra cosa que empezar a demostrarlo. Deberían saber que también existe la tila.

Todo esto viene a cuento de que, según los grandes estadistas de la Moncloa, el PP le lleva tanta ventaja al PSOE que puede morir de éxito si la gente de derechas no se moviliza el 14-M, creyendo que no es necesario. No quieren ganar, quieren arrasar. Y tienen la suerte de que enfrente encuentran poca resistencia. Pero en el fondo estamos ante algo más que un problema de formas. Si gobierna, la política de Rajoy será distinta de la de Aznar, salvo en materia económica, donde seguirá cocinando Rodrigo Rato, si es que le apetece.

Pero las circunstancias, por un lado, y sus convicciones, por otro, llevarán a Rajoy a devolver España a Europa, su espacio natural, y a asumir que España es algo más que un despacho de la Moncloa donde unos chicos listos juegan a políticos con unas encuestas.

Su hándicap no será el que cree Aragonés, sino su tendencia natural a eludir los problemas, que como todos sabemos también pueden arreglarse solos y con el paso del tiempo. Juan Ramón Díaz, un veterano periodista paisano de Rajoy, a quien por lo visto Carlos Aragonés sigue poco, suele apuntar ante casos como éste: "No pasa nada, y si al final pasa algo, tampoco pasa nada... ¿O no?".