TStiempre he dicho que la política es para los valientes, y cada vez es más evidente que una de las virtudes que escasean hoy entre quienes dirigen nuestros destinos es el coraje para mirar de frente, tanto a los problemas como a la ciudadanía. Uno de los grandes retos pendientes de España como país es la reforma de las Administraciones Públicas en su conjunto, pero es un cascabel que nadie ha querido, quiere, ni probablemente querrá, ponerle al gato.

Dejar pasar el tiempo ha ido agravando la enfermedad, y provocando la aparición de nuevas afecciones en el cuerpo administrativo: ineficiencia global causada por la mala gestión de recursos materiales y humanos, desprestigio y desmotivación crecientes del funcionariado, carencia de objetivos individuales y colectivos evaluables, excesiva desconexión entre el colectivo funcionarial y los altos cargos políticos de libre designación, mal funcionamiento de servicios públicos a pesar de contar con los medios para evitarlo, ausencia de conciencia general sobre la necesaria continuidad en la gestión con independencia del cambio político y, en fin, numerosos inconvenientes asociados que acaban por conformar un modelo laboral y de gestión desequilibrado, ineficaz, frustrante y sin rumbo.

Las soluciones propuestas hasta el momento no solo no consideran la problemática global, sino que además están mediatizadas por prejuicios ideológicos --por la derecha, prescindir lo más posible de servicios y empleados públicos y, por la izquierda, evitar el modelo de gestión profesional (que no tiene nada que ver con privatizar)--, carecen de audacia para ir al fondo de la cuestión y, sobre todo, no parten de un análisis exhaustivo y transversal del funcionamiento de las administraciones.

X¿ALGUIEN SEx se ha sentado con los funcionarios, y les ha preguntado qué mejorarían de su trabajo, qué opinión tienen del funcionamiento de la gestión, cómo ven a sus jefes, qué sienten, qué expectativas profesionales tienen? Esto es pura gestión de recursos humanos --de teoría de recursos humanos, pues tampoco en la empresa privada es un estilo generalizado--, algo básico para enfrentarse cara a cara con los problemas y poder implementar soluciones concertadas, y mucho más en un momento como este, en el que la ciudadanía demanda mayor implicación directa en los asuntos que les atañen.

En cuanto al dogma de los recortes, apenas es necesario contravenirlo puesto que se cae por sí solo. Cualquiera que trabaje en la administración sabe que el problema no es que sobren funcionarios, sino que están mal distribuidos: hay servicios donde sobran y servicios donde faltan y, globalmente, es posible que haya menos de los necesarios. El tabú de la movilidad funcionarial es una de las cuestiones cruciales a abordar, dentro de unos límites razonables que garanticen el bienestar de los trabajadores y la eficiencia en la gestión pública.

Todo sería más fácil si el funcionariado estuviera convenientemente motivado; hay quien piensa que un sueldo fijo y un trabajo estable es suficiente motivación, pero para quien conoce la pirámide de Maslow y la gestión de equipos, se hace evidente que más allá de eso es imprescindible darle un sentido al lugar en el que uno pasa la mitad de su vida.

Un funcionario debería tener tan claro que está obligado a cumplir su deber, a riesgo de ser sancionado si no es así, como que será premiado si lleva a cabo su trabajo con excelencia. La promoción interna, basada en un modelo de cooperación y orientada a la consecución de objetivos colectivos destinados al bien común último al que aspira la gestión pública, es otra de las revoluciones pendientes.

Para que la promoción sea posible, habría que minimizar el número de cargos de libre designación, y aquí se encuentra probablemente uno de los nudos mayores, en cuanto que los políticos deben recortarse a sí mismos. Cargos que se cuentan por decenas de miles, que contribuyen a convertir los partidos políticos en centros de reparto de prebendas y salarios, y que bien podrían ocupar en parte funcionarios especializados que alcancen ese lugar por la demostración de su brillantez. Todo lo dicho hasta aquí, quede claro, puede hacerse; solo depende de la voluntad política necesaria acompañada de la siempre imprescindible valentía.