Unos buenos mojitos en una tumbona de la playa reponen a cualquiera, incluso al ensimismado Rajoy, que ha vuelto de sus vacaciones gallegas hecho un brazo de mar. En el discurso de apertura del curso político ha anunciado ante los suyos una bajada de impuestos... para dentro de un año. Puede que la noticia sea buena, aunque un año se nos antoja una eternidad en los tiempos del cólera en que vivimos.

Don Mariano , renovado, nos vende los progresos de su gobierno y habla de "tiempo récord", haciendo de la política no el arte de lo posible sino el arte del absurdo. El presidente del gobierno no debería hablar en estos términos del tiempo, que es su principal enemigo. La ciudadanía está harta de sufrir el desempleo y necesita cambios drásticos hoy, no el Día del Juicio Final. Hablaríamos de tiempo récord si desde su llegada a la Moncloa se hubiera asfixiado rotundamente la crisis, y no a la ciudadanía, como ha ocurrido. No le urge tanto cambiar a sus ministros, sino la dinámica del reloj. De algún modo debe encontrar la manera de regirse por un reloj a lo Lucho Gatica donde las agujas no marquen las horas y poder así revertir en un instante la hecatombe en que nos encontramos.

Rajoy no tiene la culpa de la crisis, pero por ahora sus políticas han dado unos resultados moderados, o si se prefiere: lentos. Es posible, como sugiere, que estemos en el buen camino, pero, llevándole la contraria al poeta Kavafis , no es ahora el viaje --tan lastimoso-- lo que nos importa sino el destino. Y en este naufragio la ¡Tierra a la vista! es un espejismo de telescopio que todavía no se vislumbra a pie de calle.